Tuesday, April 10, 2001

PRIMAVERA EN PARIS

…Me había quedado dormido. Mientras el superexpreso atravesaba los prados de Francia, mi vista no se detenía en lo monótono del paisaje y solo reparaba en que nuestro tren, avanzando a 250 kilómetros por hora, iba más rápido aun que los veloces vehículos que se deslizaban por la autopista paralela a los rieles del ferrocarril. Cuando desperté, ya la Torre Eiffel se divisaba en el horizonte y nos daba la bienvenida. Es curioso. La primera vez que llegué a París, hace varios años, buscaba con la vista incesantemente esta "Pastora de Nubes" desde mi ventanilla del avión, sin poderla ver; pero en viajes posteriores, aparecía siempre ante mis ojos, sin yo buscarla. Minutos más tarde de haber visto la inconfundible silueta, nuestro tren se detenía en la Gare du Nord, la terminal de ferrocarriles parisina desde donde salen los trenes para Alemania, Holanda, Bélgica, Gran Bretaña y hacia el norte de Francia.

Arribamos el viernes a las 2:00 de la tarde. Como nuestros anfitriones parisienses estaban aun trabajando hasta por la noche, aproveché la tarde para conversar con un viejo amigo mío cubano, que ahora vive en París. Es siempre un placer el encontrarnos y "arreglar el mundo", como le llamamos en Cuba a esas impredecibles tertulias en las que lo mismo se habla de computación, que del arte de los indios taínos, de política o de planes para vacaciones futuras.

Por la noche fue la acreditación de los nadadores y el sábado comenzó la competencia en la piscina Georges Vallerey, una de las mayores y mejores de Francia, usada por el equipo francés de natación que participó en la Copa del Mundo. La alberca tiene un techo deslizable, que permite la entrada del sol y el calor en los días de verano. Pero en estas pascuas, pese a estar ya en pleno mes de abril, la calidez de la primavera aún no quería hacerse del todo presente y tuvimos que contentarnos con algunos fugaces rayos del astro rey que esporádicamente se atrevían a franquear el espeso colchón de nubes sobre la urbe.

En la competencia, participaron unos 250 nadadores de distintas ciudades europeas. La mayoría, al igual que yo, practican desde la niñez este deporte, donde la edad de mayor rendimiento oscila entre los 18 y los 22 años. Ya con 24 años un nadador se considera "viejo". ¡Qué decir entonces de alguien con 34 años, mi edad actual! Desde que aprendí a nadar a los cinco años en la linda ciudad de Cienfuegos, hasta el día de hoy, es mucha el agua que ha corrido bajo los puentes. Por eso compito en la categoría de masters, que es la forma diplomática de decirnos "viejos"; aunque no me considero viejo, ni de cuerpo, ni de espíritu. No somos grandes talentos acuáticos, ni nos preparamos para las Olimpiadas; pero entrenamos con seriedad y participamos con entusiasmo en los encuentros deportivos entre los distintos clubes de natación aficionado.

Alrededor de estos certámenes, se forma un ambiente muy divertido, se viaja bastante y en general se pasa muy bien. Como decían los antiguos griegos: "El participar lo es todo", y creo que ese es el único aspecto en el que estamos a la altura de los Juegos Olímpicos. Por eso, el momento más emotivo de la competencia no fue un nuevo récord mundial, sino cuando un nadador de 72 años terminó de hacer su recorrido de 100 m libre, coronado por una lluvia de emotivos aplausos. ¡Ojalá que yo pueda hacer lo mismo! Esta vez yo no gané ninguna medalla (obtuve 5to. lugar); mas tuve mi récord personal en 50 m libre (29.6 segundos)

Al otro día de la competencia, tuvimos una interesante excursión por distintos lugares de París, que si bien no son mundialmente famosos como mi querida "Pastora de Nubes" y el Arco de Triunfo, también atesoran un gran valor histórico, cultural e, incluso, científico. Este recorrido nos fue explicado en inglés, francés y alemán por los propios nadadores parisienses. Así, empezamos por el Observatorio Astronómico de París, y pasamos por numerosos monumentos arquitectónicos, viejas iglesias y nuevos edificios, hasta llegar a la ancha alameda que desemboca en el hermoso Jardín de Luxemburgo, donde se encuentra el palacio del mismo nombre, hoy sede del Senado francés. Visitamos el Panteón, esa construcción tan peculiar que fue proyectada como catedral, pero devino en monumento funerario en honor de los héroes de la patria en los días de la Revolución Francesa. Caminamos por las estrechas calles del París casi medieval, bajo árboles florecidos que dejaban caer pétalos rosados por doquier, hasta desembocar nuestro recorrido en el Sena y la famosa catedral de Notre Dame.

Como dice esa célebre frase: "París bien vale una misa"..., sobre todo si es Semana Santa. Pese a los tenebrosos pronósticos de frío y lluvias para esos días, las plantas empezaban a florecer y retornaban las hojas de un verde muy tierno a las copas de los árboles. Reinaba un aire festivo y primaveral en la ciudad, y en todas las calles se respiraba el bullicio habitual de la metrópoli. Esta vez me asombró la enorme cantidad de negros africanos, árabes y chinos que circulaban por doquier no como turistas, sino como nuevos habitantes de la urbe. Una vez en una estación del metro conté (de 40 pasajeros que esperaban el tren) solo 4 de facciones europeas. Francia, como antigua potencia colonial, invadió vastos territorios allende los mares, y hoy los habitantes de esas antiguas colonias emigran hacia la otrora capital del imperio. Aún existen en la actualidad los llamados "Territorios de Ultramar", como las islas Guadalupe, en el Caribe, o la Guayana Francesa, en Sudamérica, que pertenecen oficialmente al territorio francés y, por ende, a la Unión Europea.

También me llamó la atención el gran contraste entre el esplendor y la amplitud de los grandes parques, alamedas, palacios, plazas, edificios públicos y monumentos de la capital y la estrechez de la vida cotidiana de sus habitantes. En los apartamentos, cafés y restaurantes de la metrópoli se economiza cada centímetro del espacio disponible, entre otras razones, por el alto precio de los alquileres, como sucede en Manhattan. La diferencia radica en que en París las viviendas datan de fechas mucho más remotas que en Nueva York y está prohibido construir rascacielos en el centro de la ciudad. Quizás es por eso que los parisienses y los visitantes se vuelcan hacia los espacios públicos para respirar ese "no sé qué" tan especial que tiene París.

Mas esa aureola seductora que envuelve la villa no es producto de la casualidad. Napoleón, los reyes de la Monarquía, Robespierre, los dirigentes de la Revolución Francesa y los políticos actuales (independientemente del partido al que pertenezcan) tienen algo en común: reconocer a París como indiscutible capital de Francia y no dejar que surja otra metrópoli de esa envergadura en el país. Parafraseando el decir de los orgullosos habaneros respecto a Cuba, puede decirse que "Francia es París y lo demás es paisaje". Es increíble la enorme cantidad de obras de arte que atesora esta urbe desde tiempos inmemoriales y que convierten a la urbe no solo en el corazón de Francia, sino en cuna de la cultura occidental y en la ciudad más visitada del mundo. Al año la frecuentan 70 millones de turistas, lo que equivale a toda la población de Francia.

De este paseo dominical, me gustó en particular una pequeña pared, apenas perceptible para el transeúnte, donde se encuentra una placa de mármol con la medida exacta de un metro, y sus subdivisiones en decímetros y centímetros. Ese viejo muro es muy posible que sea la cuna del Sistema Internacional de Unidades, usado hoy casi en todos los países del mundo, con la paradójica excepción de los Estados Unidos. La historia de esa losa de mármol data de los días de la Revolución Francesa, cuando se introdujo el metro tratando de buscar una unidad de medida única y comúnmente aceptada que sustituyera la gran cantidad de patrones existentes en aquel entonces. En aquella época cada comerciante o comprador (o ambos) podía superponer en la pared su propia medida y saber de este modo cuánto era su equivalente en metros.

El lunes era día feriado por ser Pascuas, y en un hotel en las afueras de París, se celebró un desayuno- almuerzo de despedida, donde dieron los premios a los mejores equipos de manos de un animador muy cómico, que provocó numerosas carcajadas en el público. Después fue la larga despedida, y a las cinco de la tarde en la Gare du Nord tomé mi tren de regreso a Colonia. Caí en mi asiento como una piedra, luego de tantos días de ajetreo. Cerré los ojos para volverle a pasar revista a mi Semana Santa a las orillas del Sena, y ya no pude despedirme de la "Pastora de Nubes", ni sentir como el tren se alejaba velozmente de la gran metrópoli francesa. Me había quedado dormido...

Abril del 2001