Saturday, March 10, 2001

LA NOCHE DE NOCHES - Rio 6

¡En breves minutos empezaremos a trasmitir en vivo para ustedes: “El Espectáculo más Grande la Tierra”!

Así anunciaban los locutores de O´Globo, la cadena de TV más grande del Brasil y una de las mayores del mundo, el inicio de "la noche de noches", el desfile final de las escuelas de samba en el Sambódromo de Río de Janeiro. Durante esa velada a los 185 millones de habitantes del Brasil, y potenciales televidentes de la Globo, se le sumaron millones de espectadores en todo el mundo para presenciar lo que, sin duda, es el desfile carnavalesco más bello del planeta.

El Sambódromo, obra del genial arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (que además diseñó, entre otros, a Brasilia, la nueva capital del Brasil; la Casa de Latinoamérica de Sao Paulo, y el Museo de Arte Moderno de Río), es la sede de los desfiles de las escuelas de samba desde 1984 y fue construido de manera especial para este fin en un barrio humilde del centro de la ciudad, rodeado de favelas, pues es precisamente en los suburbios pobres de Río donde la samba tiene sus raíces más profundas.

Para la gente humilde de Río no solo "La vida es un carnaval", como dice la canción, sino que el carnaval es su vida. Durante el año entero ensayan en secreto las nuevas coreografías que serán montadas en esta "noche de noches" y ahorran con mucho sacrificio el dinero para comprar los costosos trajes de fantasía, que muchas veces sobrepasan el doble del salario medio de un brasileño.

El desfile es competitivo y consiste en las representaciones de las escuelas de samba que se dividen en dos grupos. En el primer grupo están las escuelas "normales", que se exhiben el viernes y el sábado por la noche. El segundo grupo es algo así como "las grandes ligas" del Carnaval carioca y está integrado por las mejores 14 escuelas de samba de Río, que desfilan el domingo o el Lunes de Rosas en un orden determinado por sorteo. Cada año, luego de la evaluación del jurado, las dos escuelas mejores del primer grupo pasan a las "grandes ligas" y reemplazan a las más rezagadas del segundo grupo. Así se mantiene la calidad y competitividad de las escuelas a lo largo de años, pues cada puesto alcanzado en cada carnaval debe ser defendido al año siguiente.

No es difícil adivinar el torbellino de pasiones que despierta esta competencia, comparable solo con el entusiasmo que los brasileños sienten por el fútbol. Quizás por eso la única vez que presencié una bronca en todo el Carnaval, fue cuando dieron los resultados finales de la reñida competencia. La escuela ganadora obtuvo 300 puntos (la nota máxima) con solo medio punto de ventaja con respecto a su rival más próximo.

Por supuesto que yo no me podía perder semejante acontecimiento, y con un poco de suerte, y mucho de dinero, conseguimos localidades para la noche final en el mejor de los sectores, precisamente frente a la cabina de transmisión de la O´Globo. Para tener una idea de los elevado del precio de las entradas, baste decir que costaron 350 R$ (reales) y un empleado brasileño gana unos 450 R$ (225 dólares) al mes. Pero si se tiene en cuenta que lo que la TV llama "El Espectáculo más Grande de la Tierra", es un desfile maratónico que dura desde las 9:00 de la noche hasta las 6:00 de la mañana, creo que la duración compensa el alto costo de los billetes.

Merecen ser vistas las 14 escuelas de samba durante las noches del domingo y del lunes del Carnaval ofreciendo un fabuloso y agotador desfile, que si no es el más grande del planeta, al menos es el más prolongado, pues dura 18 horas en total (9 cada noche), durante las cuales el público solo deja de bailar en el breve intermedio entre una escuela y otra. Sobre todo la noche del lunes es muy emotiva, por ser la noche final y por estar más latente la incógnita de cuál será la escuela ganadora. Es en esta "noche de noches" cuando el espíritu del Carnaval de Río alcanza su máximo esplendor.

Como ese día el transporte se torna imposible, nos fuimos al Sambódromo en el metro, acompañados de una oleada humana de espectadores y bailarines que llevaban sus trajes a cuestas, llenos de ilusiones con la presentación de su escuela en un día tan señalado. Otros participantes y visitantes hacían lo mismo en los buses del transporte urbano, en taxis o en cuanto objeto rodante circulara por la gran urbe a esas horas. Nos perdimos al salir del metro, por una dirección que nos dieron mal, y fuimos a parar exactamente a 5 kilómetros de nuestro objetivo. Pero este gran rodeo que tuvimos que dar, como una gigantesca carrera con obstáculos en medio de un mar de gentes, me permitió ver la otra cara del Carnaval.

Creo no exagerar si afirmo que en el Sambódromo y sus alrededores se agrupaba más de un millón de personas al comienzo del desfile. Esta enorme y espontánea muchedumbre abarcaba varios kilómetros. Y es que para los pobres, que no pueden pagar los altos precios de los trajes o las entradas al desfile, no hay mayor alegría en la vida que ver cómo se prepara "su" escuela para desfilar y observar, aunque sea desde lejos, "El Espectáculo más Grande la de Tierra”. En un puente que pasa cerca del Sambódromo y que permite ver gratis un privilegiado panorama del desfile, se aglutinaba la gente de pie desde la 6:00 de la tarde esperando el comienzo del show. Otros muchos se conglomeraban a lo largo de la avenida Presidente Vargas para ver cómo se organizaba el desfile o simplemente oír la samba desde lejos y bailar en medio de la calle. En otros lugares los cariocas oían, bailaban y cantaban su propia música, mientras que por doquier los vendedores ambulantes ofrecían incansables todo tipo de refrigerios y comestibles. Fuimos avanzando dentro de esa vorágine todo lo rápido que nos permitían nuestros pies (y el tumulto) para poder llegar, por fin, a nuestro sector del Sambódromo cuando el festejo recién comenzaba.

Frente a los 75 000 entusiasmados espectadores del Sambódromo y un jurado muy estricto, pasa cada escuela con una samba compuesta especialmente para la ocasión, que es cantada en vivo y hace referencia a un "enredo", el tema del desfile. Este año la energía, la caña de azúcar, los 7 pecados capitales, un estado de Brasil y un barrio de Río fueron algunos de los tópicos expuestos. El desfile está formado por varios grupos de baile llamados "alas", en los que todos los integrantes tienen trajes iguales; la "batería", con 500 percusionistas, una bella raihna (reina) al frente y hasta 8 "carros alegóricos" (¡Tirados por personas!), donde bailan las figuras más populares del Brasil y exhiben sus esculturales cuerpos las mundialmente famosas danzadoras cariocas.

Un "ala" muy especial son las "bahianas", cuyo nombre proviene de la ciudad brasileña de Bahía. En su mayoría, son mulatas de avanzada de edad (la más vieja tenía 86 años), quienes portan unos frondosos vestidos de copa que hacen lucir esplendorosamente mientras giran sobre sí mismas. Un lugar privilegiado y un alto honor tiene la pareja de porta-bandeira, en tanto el mestre-sala es el maestro de ceremonias y protector de la bandera de la escuela. Cada escuela prepara además una "sorpresa secreta" para impresionar al jurado, y dispone de 1 hora y 15 minutos para hacer sus evoluciones. ¡Ni un minuto más, ni un minuto menos, so pena de perder puntos!

Para preparar este desfile de hasta 5000 integrantes y que todos los participantes estén perfectamente coordinados es necesaria una enorme organización. Por eso las escuelas se mantienen activas durante todo año. En ellas aparecen las más populares estrellas de la sociedad brasileña, junto a los habitantes de las favelas más pobres, por lo que esta mezcla de ricos y pobres, jóvenes y viejos, negros y blancos bailando codo con codo, ha hecho que las escuelas de samba hayan pasado a ser no solo grandes instituciones culturales con gran influencia en la vida social de Río y de todo Brasil, sino también un ejemplo de belleza, fraternidad y tolerancia para el mundo.

El momento más triste de la noche fue cuando una "bahiana" se desmayó. Parece que lo pesado de su vestido de copa, el calor y el cansancio físico hicieron que la infeliz mujer se mareara dando las vueltas y cayera desfallecida al pavimento. Minutos después ya estaba recuperada; pero ese fue para ella el instante más amargo del Carnaval, no por el desmayo, sino por tener que quitarse el traje y no poder seguir desfilando. Un año de esfuerzos se veía truncado por la frustración y el desencanto de haberle ocasionado pérdida de puntos a su escuela.

El mejor bailarín del desfile no pertenecía a ninguna escuela de samba; era un barrendero de la brigada que limpiaba el pavimento entre una exhibición y otra. Fue bailando con escobillón y todo a lo largo del Sambódromo dando una demostración magistral de pura samba carioca, que fue premiada con una lluvia de aplausos desde las gradas. Este era el momento cumbre de "su" Carnaval y esa ovación representaba para él toda la gloria del mundo.

Igualmente me llamó la atención un vendedor ambulante, que a pesar de llevar sobre los hombros una pesada caja con hielo y refrescos, aun así se las arreglaba para tener una mano libre para agitar la bandera de "Mangueira", su escuela de samba favorita.

Cuando terminó de desfilar la última de las escuelas, ya el Sol alumbraba las colinas de las favelas en los alrededores del Sambódromo y la cima del Corcovado contrastaba con el cielo azul. Algunos fanáticos del Carnaval se quedaron en las zonas aledañas oyendo samba y conversando; pero la mayoría se retiraba lentamente a casa después de haber bailado casi 9 horas. Los turistas volvían a los hoteles en buses con aire acondicionado, los ricos regresaban en auto a sus exclusivos apartamentos, la mayoría del público regresábamos en el metro y en el transporte urbano, mientras que los desfilantes más pobres, convertidos por unas horas en reyes o reinas gracias a la magia del Carnaval, subían a pie, con lentitud, las laderas de las colinas de las favelas con sus trajes a cuestas. Pero TODOS, absolutamente TODOS, ricos y pobres, bailadores y espectadores, cariocas y visitantes, salían impactados de haber presenciado un festejo fabuloso. En especial, los cariocas iban a dormir para luego discutir con amigos, familiares y vecinos sobre cuál

fue la mejor escuela, hacer maquinaciones para el próximo desfile... y todavía despiertos seguir soñando con lo que, sin duda, es para ellos "El Espectáculo más Grande de la Tierra".

Marzo del 2001

120 HORAS DE SAMBA - Rio 5

¿Cuándo empieza el carnaval? ¡Pero este es el famoso Río de Janeiro y yo no he visto todavía la primera persona bailando en la calle! ¿Dónde es que está el espíritu carnavalesco de los cariocas?

Estas, y muchas otras preguntas, me hacía yo durante los primeros días de mi estancia en Río en la semana previa al Carnaval. Al aterrizar en la ciudad el domingo por la noche, pude ver desde el avión gigantescas concentraciones populares en los barrios pobres de la zona norte, donde la gente salía a bailar samba y a festejar el "precarnaval" en las plazas de esta parte de la urbe. También se efectuaron los ensayos casi secretos de las escuelas de samba. Según tuve noticias, en otros barrios ocurrió algo parecido. Pero el lunes todo parecía haber sido un espejismo de los sentidos, como si nadie se acordara (o no se

quisiera acordar) de las fiestas de la noche anterior, y en todo Río reinaba una “normalidad" demasiado anormal para mí.

–Espera, el Carnaval aún no ha comenzado –me dijo un amigo carioca... y tenía mucha razón.

El único "preparativo" que había podido palpar en los días anteriores, fue al visitar las islas tropicales en las afueras de Río, cuando que vi que muchos cariocas, especialmente familias con niños pequeños, abandonaban la urbe y acampaban por varios días en las islas de la bahía de Sepetiba, como si la gran ciudad fuera a sufrir un ataque aéreo o una guerra devastadora. Luego supe por la TV que es un fenómeno que se repite todos los años en vísperas del Carnaval, y muchos habitantes de la metrópoli huyen de ese "terremoto" para refugiarse en la paz de los tranquilos y pintorescos pueblos de los alrededores.

Al anochecer del viernes, empezó el bombardeo... de samba. Después de la puesta de Sol, salió a la calle la Banda de Ipanema. Entonces un río incontenible y heterogéneo de cariocas y visitantes se desbordó caudalosamente por varias horas, y bañó con su alegría, música y algarabía las avenidas del litoral y las calles interiores del barrio. Lo mismo sucedía en otras partes de la ciudad. Allí "sambaban" y se divertían lo mismo bañistas recién salidos del agua (yo era uno de ellos) que "respetables" familias bien vestidas o los mas disímiles personajes disfrazados de todas las cosas impensables, sin otro límite que

el de la infinita fantasía humana. Mientras tanto, cientos de vendedores ambulantes ofrecían todo tipo de comidas, bebidas y hasta camisetas alegóricas. El desbordamiento de este río humano duró hasta la madrugada y me recordó una canción del cantante puertorriqueño Dany Rivera que dice: "...yo quiero un pueblo que baile en las calles..." En ese caso: Dany, te aconsejo que te des una vueltecita por Río.

Pero esto fue solo el comienzo de un largo maratón de samba. Cuando terminaron las bandas (muy parecidas a las comparsas en Cuba; pero mucho más espontáneas e impredecibles), la muchedumbre cambiaba de localidad, mas no dejaba de festejar. Al filo de la medianoche empezaban, por doquier, fiestas que abarcaban todo un espectro de modalidades. Se celebran galas y bailes en los hoteles y teatros más renombrados de la urbe. La velada más famosa es la del hotel Copacabana Palace, donde asiste la crema y nata de la alta sociedad carioca. Asimismo, se dan bailes de disfraces de todos los tipos, fiestas de samba en gigantescas naves, las más variadas discotecas y concentraciones populares a cielo abierto en el centro y en los barrios más pobres de la ciudad. ¡Hasta en la playa se bailaba samba! Me llamó la atención una fiesta a la que asistí en el parque de diversiones de Barra de Tijuca, en el que improvisaron una pista de baile en el medio del recinto, y las atracciones, incluida una enorme montaña rusa, no dejaron de funcionar durante toda la madrugada.

Pero, por supuesto, las festividades más importantes de todas son los desfiles de las escuelas de samba en el mundialmente famoso Sambádromo de Río de Janeiro, en especial la "noche de noches", el desfile final de "segunda feira" (lunes), que merece un relato aparte.

Con independencia del lujo, la música y el estilo de las diferentes fiestas carnavalescas, todas tienen un denominador común: duran siempre hasta bien entrada la mañana del día siguiente y hacen que todo Río esté en la calle durante la madrugada. Luego regresábamos a casa al otro día, muertos de cansancio y con "intenciones" de dormir largamente después de una noche maratónica. Pero el calor, el ruido, la luz y la atmósfera del Carnaval hacen que al mediodía, incluso los más dormilones (yo pertenezco a ese grupo) ya se tengan que levantar de la cama. Es que durante el Carnaval se puede hacer de todo en Río, menos dormir y ahorrar dinero. Por eso, al mediodía partíamos casi a rastras para la playa, donde nos tumbábamos al sol, y nos entreteníamos oyendo música y viendo la gente celebrar o pasear (o ambas cosas) en las avenidas del litoral hasta el atardecer. Luego comenzaba a pasar por las calles la próxima banda y empezaba otra fiesta hasta la mañana siguiente, para cerrar así ese perpetuo ciclo carnavalesco...

Para entonces ya reinaba en la ciudad el más perfecto, alegre y variado de los desórdenes. Lo mismo se veía a la gente ir en ómnibus cargando sus bellos trajes de fantasías para participar en algún baile de disfraces o en los desfiles de las escuelas de samba, que una multitud arrollando detrás de una banda recién salida por la Avenida Atlántica a pleno día o una familia con niños disfrazados de payasos caminando por la playa de Leblón. Me acordé de la película de Hollywood Échale la culpa a Río, donde se hace responsable a la atmósfera carnavalesca carioca de las aventuras y travesuras amorosas de un matrimonio norteamericano de visita en la urbe. Pienso que no debemos culpar a Río por nuestros "pecados tropicales" ¡Debemos darle las gracias!

Entonces comprendí por qué algunas familias huían de aquel terremoto musical que duró desde las 6:00 de la tarde del viernes hasta las 6:00 de la tarde del miércoles, cuando terminó la votación del jurado para elegir la mejor escuela de samba, cuya transmisión televisada fue seguida con gran atención por toda la población, ansiosa de conocer los resultados finales. Durante esas 120 horas de samba ininterrumpidas, en la que se unían los días con las noches, mientras aumentaba el cansancio acumulado y el agotamiento comenzaba a hacer sus estragos en mí, otra pregunta empezaba a circular por lo que entonces quedaba de mis neuronas: ¿Cuándo se termina el carnaval!

Marzo del 2001

CON LOS BRAZOS ABIERTOS - Rio 4

En Iberoamérica, de población mayoritariamente cristiana, hay tres grandes estatuas de Cristo.

El Cristo de Lisboa se levanta en la ribera del río Tajo opuesta al emplazamiento de la ciudad. Sin embargo, pese al colosal tamaño de su pedestal, no se divisa con claridad desde la capital portuguesa, ya que está construido en una zona llana y bastante distanciado del centro de Lisboa. Como mejor se le observa es al atravesar el moderno y gigantesco puente 25 de Abril, el mayor puente colgante de Europa, que ahora une ambas riberas del río. Pero aun ese caso no se destaca de manera especial en el paisaje urbano.

De menores dimensiones, el Cristo de La Habana se alza en lo alto de la loma de Casablanca, junto a la desembocadura de la bahía de La Habana mirando serenamente hacia el casco histórico de la ciudad. Pero quizás su difícil acceso (al igual que el de Lisboa) no lo ha convertido en un punto de peregrinaje o atracción turística. Aunque es más perceptible y está más cercano a la ciudad, su radio de visibilidad resulta bastante limitado y dista mucho de ser el símbolo de la capital cubana.

Sin duda, el más famoso y atractivo de los tres monumentos es el mundialmente conocido Cristo Redentor de Río de Janeiro, cuya colosal estatua de 1 145 toneladas de peso se alza con los brazos abiertos en la cima del Corcovado ("montaña curva"), el punto más alto de la urbe, a 710 m sobre el nivel del mar.

¿Cómo se las arreglaron para subir tan alto ese monumento de 30 metros de alto y 28 de ancho de una punta a otra de los dedos? Me preguntaba yo mientras ascendíamos. De una forma muy astuta: bajo la dirección del ingeniero brasileño Hector da Silva Costa, el cuerpo y los brazos del Cristo fueron fundidos en hormigón como una obra de arquitectura, mientras que la cara y las manos son esculturas insertadas en el monumento, que fue inaugurado en 1932, después de cinco años de construcción, en un acto solemne en el que participaron el entonces Presidente del Brasil y el Obispo de la urbe.

En esa fecha Río era aún la capital del Brasil, por lo que este Cristo bendiciendo y protegiendo a la ciudad y sus habitantes, tiene un significado que va mucho mas allá de las fronteras de la metrópolis y lo ha convertido en un símbolo de todo el país. Representa para Río de Janeiro y Brasil lo que la Estatua de la Libertad, para Nueva York y los Estados Unidos. Y al igual que la Estatua de la Libertad, ha sido utilizado en las más disímiles campañas publicitarias, desde promociones turísticas hasta anuncios de refrescos; pero también (al igual que su "colega" neoyorquina) es muy querido y admirado por todos.

Ascendimos al Cristo por una serpenteante carretera que en cada una de sus curvas permite ver nuevas y fantásticas vistas de la ciudad. También se puede utilizar un tren de montaña que antes era de vapor y fue puesto en servicio desde 1884 por el emperador Pedro II. Como dicho trencillo ya estaba "algo viejito", fue sustituido en 1979 por uno "un poco más moderno" que, similar a su antecesor, va atravesando la exuberante flora del Parque Nacional de Tijuca y puede transportar hasta 372 pasajeros por hora. Subimos los últimos metros hasta la base del monumento por 220 escalones distribuidos en varias escaleras hasta llegar a una plataforma de observación, desde donde se puede disfrutar de un fantástico panorama de la ciudad, y de la mundialmente conocida vista de la ensenada de Botafogo y el Pan de Azúcar. Me parecía mentira el poder verlo con mis propios ojos.

Como el mirador está a tan elevada altura, no pueden percibirse con claridad todos los detalles de la urbe, por lo que me alegré mucho de tener mis anteojos a mano para poder disfrutar a plenitud del paisaje. Del mismo modo, puesto que la floresta de Tijuca es muy húmeda, con frecuencia se originan nubes y nieblas que suben hasta la cima del Corcovado y pueden dificultar parcial o totalmente la visibilidad. Por eso, antes de emprender el gran viaje de ascenso, nos cercioramos de que la cima estaba despejada de nubes y que el Cristo era bien visible. Asimismo, aprovechamos la tarde para hacer la visita, ya que a esa hora del día los rayos del sol iluminan desde el Cristo en dirección a la ciudad y es cuando mejor se puede disfrutar del hermoso paisaje.

Desde aquí se puede observar toda la urbe, y al mismo tiempo todo Río puede ver a "su" Cristo, ya sea en las playas o en el centro, en el estadio Maracaná o en el Sambádromo, en los lagos y parques o en las plazas del mercado, en las favelas o los barrios de lujo. Todos pueden admirar esta magnética estatua del Cristo Redentor que de noche es iluminada por reflectores convirtiéndose en una singular una estrella del cielo carioca.

Pero el momento más impresionante de la visita, fue la puesta de Sol en la cima del Corcovado, cuando las nubes teñidas de púrpura pasaban rozándome los pies y el sol parece que se puede alcanzar con la mano. Es un instante maravilloso en el que toda la ciudad, el Corcovado y su Cristo alcanzan una dimensión mágica, como si fueran realmente "algo del otro mundo".

En la base del Cristo hay una pequeña capilla en la que se ofrecen misas los domingos por la mañana y en la que los visitantes arrojan monedas, en concordancia con esa costumbre universal de lanzar monedas en el lugar al que se desea volver. Y es que el Corcovado es uno de esos sitios a los que siempre se quiere regresar. No en balde en uno de sus viajes a Río, el Papa Juan Pablo II bendijo aquí a la estatua del Cristo Redentor, este protector tan especial de la ciudad que sigue recibiendo con los brazos abiertos a todos los amigos de Río y del Brasil que vienen a visitarlo y admirarlo desde todos los confines del mundo.

Marzo del 2001

EL COLLAR DE ARENA- Rio 3

Las playas de Río y sus alrededores forman algo que se me asemeja a un singular "Collar de Arena" en derredor de La Cidade Maravihlosa do Mundo, como la califican sin mucha modestia la publicidad turística y los anuncios en las tiendas de souvenirs.

Pese a su belleza, las playas del interior de la Bahía de Guanabara, incluida la siempre fotografiada ensenada de Botafogo, no son asediadas masivamente por los bañistas, pues las aguas interiores están contaminadas, y han perdido en calidad y transparencia. Estas riberas y sus parques son, sin embargo, un lugar ideal para tumbarse al sol, practicar deportes y dar un paseo reconfortante. En cambio las costas del sur, bañadas directamente por el Océano Atlántico, si bien no alcanzan la calidad de los balnearios del Golfo de México, constituyen, de por sí, todo un universo recreativo con un ritmo y forma de vida muy propios en un entorno muy pintoresco.

La más oriental de estas playas exteriores es la de Lema, de solo mil metros de longitud. Quizás es muy poco conocida porque su vecina al oeste es la mundialmente famosa Copacabana, el burbujeante polo turístico de Río. Luego del Fuerte de Copacabana, al final de esta playa, está el montículo rocoso de Arpoador, a partir del cual empieza Ipanema, de 2,2 kilómetros de largo, donde el ritmo es más lento, los edificios son más bajos y exclusivos, y los comercios son más elegantes y caros que en Copacabana.

La próxima "perla" de este "collar" es la playa de Leblón (1,3 km); aún más privilegiada y separada de Ipanema solamente por el canal que une el mar y el Lago Rodrigo de Freitas, desde el que se disfruta de una de las vistas más atractivas de Río. Es por ello que en los alrededores del lago y en Leblón vive mucha gente adinerada. Más al este, luego de una empinada montaña con altos peñascos, se encuentra Baja de Tijuca, con toda una cadena de playas y ensenadas separadas por empinadas colinas con enormes rocas. Desde una de esas montañas, en lo alto de la Piedra de la Gávea, cuya cima es plana, se lanzan en delta planos los más atrevidos aficionados para aterrizar en la playa de San Conrado, cientos de metros más abajo.

En Río todas las playas son públicas, según lo establece la Constitución brasileña. Solo el hotel Sheraton ha sido construido directamente en la arena; pero su playa es usada indistintamente por cariocas y turistas. El resto de los hoteles se encuentra en las avenidas de litoral. Por eso los balnearios de la urbe son un centro de convergencia donde, día y noche, comparten el mar y la arena extranjeros y brasileños, ricos y pobres, jóvenes y viejos, sin distinción de raza, sexo, ascendencia social o procedencia.

Esta oleada de bañistas, que aumenta en los meses de verano, especialmente en Carnaval, es servida por un verdadero ejército de vendedores ambulantes que ofertan las mercancías más disímiles, desde agua de coco, hasta camisetas de Río y lienzos para tenderse al sol, pasando por todo tipo de comestibles, artesanías y souvenirs. Muchas veces lo que inspira a comprar no es la mercancía, sino el carisma del vendedor. Uno de ellos pregonaba ¡Aaaaaaabacxi! (ananás) llevando en la cabeza un enorme cesto cargado de piñas. Al vender una de las frutas, las pelaba y picaba para el cliente en el acto con ambas manos, en tanto con la cabeza seguía sosteniendo el cesto de frutas, y convertía así esta operación comercial-vitamínica en un acto de circo.

Copacabana en Río, al igual que Manhattan en New York: "nunca duerme". A todas horas del día y la noche se ven a cientos o miles de paseantes recorriendo la Avenida Atlántica, junto a la playa. Mientras por el día la oleada de bañistas invade los 5 kilómetros de blancas arenas y las calles interiores -llenas de todo tipo de comercios y servicios-, por la noche los paseantes acuden a los bares, cafés, centros nocturnos y algunos comercios que están abiertos las 24 horas. Aunque es una zona turística, la mayoría de los anuncios comerciales son en portugués y la venta está dirigida, principalmente, a los clientes nacionales. Solo en los hoteles y tiendas de turismo el personal habla inglés o español, por lo que en los comercios tuve que ir improvisando mi "portuñol" y el resto que faltaba, lo suplía con el universal lenguaje de las señas.

De toda la paleta comercial de las playas de La Cidade Maravihlosa do Mundo, lo que más me agradó fueron los "sucos" (jugos). Casi en todas las esquinas de Copacabana, hay cafeterías que ofertan todo tipo de sucos naturales y ensaladas de frutas tropicales exóticas; muchas de ellas, desconocidas para mí, pues son oriundas de la zona ecuatorial del norte del Brasil. Me impresionó mucho no solo la amplia oferta (nunca había visto nada comparable), sino lo módico de los precios y la gran demanda que tiene esta forma tan sana de alimentación por parte de los propios cariocas. Por ello, estos "centros de las vitaminas" también cumplen una función social como lugar de reunión, parecida al de las bodegas en Cuba.

Esta alta demanda vitamínica se explica quizás porque Copacabana es también la meca de la cultura física. El hecho de estar casi todo el tiempo con el cuerpo al descubierto, ha convertido el fisiculturismo en una moda playera de Río, donde jóvenes (y no tan jóvenes) de ambos sexos van a entrenar su cuerpo en los múltiples gimnasios de la ciudad para luego exhibirlo al sol, sobre todo en los días previos al Carnaval, para después poder mostrar su piel bronceada en la "noche de noches" del desfile de las escuelas de samba.

El collar de arena es también un paraíso deportivo no solo para los fisiculturistas. Con frecuencia el agua es muy fría, hasta en los cálidos meses del verano, y hay un gran oleaje, por lo que las playas no son idóneas para la natación; pero en su lugar se puede practicar surfing y otros deportes náuticos. En la arena, grandes y chicos juegan voleibol, fútbol, tenis, lanzan pelotas y discos, o simplemente se dedican a hacer ejercicios al aire libre. Incluso en altas horas de la noche pueden verse a los pobres, que no pueden pagarse un gimnasio, haciendo deportes. Otras variantes muy gustadas son el patinar, correr, y montar bicicletas o patinetas a lo largo de las avenidas del litoral, que tienen una vía para estos fines.

Como esta vez mi compañero de viaje era un "trotamundos" como yo, aprovechamos que los domingos las avenidas a lo largo de las playas se cierran al tráfico automovilístico, y alquilamos bicicletas para darle "la vuelta ciclística a Río". Fuimos pedaleando por Copacabana, Ipanema, Leblón y, luego, alrededor del hermoso lago Rodrigo de Freitas, donde después de una pausa para tomar agua de coco y ver la puesta de Sol, regresamos de noche a Copacabana. Ya para entonces no me parecía nada exagerado el epíteto de Cidade Maravihlosa.

Para completar mis impresiones del Collar de Arena, fuimos un día a las llamadas islas tropicales de la bahía de Sepetiba, al este de Río. Luego de 100 km. de viaje por una carretera que atraviesa una zona de plantaciones de cocos, bananos y caña de azúcar, y que con toda razón se nombra Costa Verde, se llega a poblado de Itacuruçá, que significa "cruz de piedra" en la lengua aborigen. En este pintoresco pueblo de pescadores, que parece salido de una telenovela brasileña, tomamos un saviero (navío) que nos llevó por distintas islas de la bahía. Si bien las playas aquí son mejores que las de Río, tampoco se pueden comparar con las del Caribe en la transparencia de sus aguas; pero a modo de "compensación" poseen un paisaje fascinante, pues en la bahía hay -cubiertas de una lujuriosa vegetación- numerosas pequeñas islas. Luego del chapuzón en dos ellas y de un sabroso almuerzo de mariscos y frutas tropicales bajo los frondosos árboles de la orilla, pusimos proa a Itacuruçá y regresamos a Río al atardecer.

Al entrar a la urbe, ya las cúspides de las montañas circundantes se oscurecían y el cielo se teñía de rojo. En lo alto del Corcovado empezaba a iluminarse la estatua del Cristo Redentor, que con sus dos brazos abiertos, parecía tender un mato de estrellas sobre La Cidade Maravihlosa do Mundo y su hermoso Collar de Arena.

Marzo del 2001

El PAN MÁS GRANDE DEL MUNDO -Rio2

Según un chiste carioca, Dios creó el mundo en seis días y en el séptimo... se fue de vacaciones a Río. Cuando subí al Pan de Azúcar comprendí el porqué, y creo que yo hubiese hecho lo mismo, quizás con la única diferencia de que la mayor parte de ese día me lo hubiese pasado en la cima de este "pan", que dicho sea de paso ni es un pan ni es de azúcar, y debe su nombre a un malentendido.

Antes que Río de Janeiro apareciera sobre la faz de la Tierra, los aborígenes que poblaban la región de la Bahía de Guanabara llamaban a este mundialmente conocido monolito de granito de 395 metros de alto Paudaçuca, que significa "montaña aguda". Cuando los europeos empezaron a incursionar por estos lares, al oír la palabra de los nativos, la interpretaron como "Pâo de Açúcar", ya que el curioso accidente geográfico tenía un gran parecido con el molde de metal en que se hacía el “pan de azúcar”, un postre entonces de uso en Portugal.

Dice la canción infantil que "para subir al cielo se necesita, una escalera grande y otra chiquita"... y para subir al Pan, desde donde se disfruta de un panorama "celestial", se necesitan un teleférico grande y otro chiquito.

Con el funicular chiquito (inaugurado en 1912) se sube desde una bella plaza en Playa Colorada, junto a la Academia Naval de Río de Janeiro, hasta la cima del Morro de Urca, el "hermano menor" del Pan de Azúcar. Desde allí parten los recorridos en helicóptero por la ciudad al "módico" precio de $45 por solamente 7 minutos de vuelo; por lo que están vedados no solo a los bolsillos de la mayoría de los brasileños, sino también a los de los turistas. Los 230 metros de altura del morro permiten observar una hermosa vista de la ensenada de Botafogo, el centro de la urbe, el tranquilo barrio de Urca y las instalaciones de una de las universidades de Río, al pie de la colina. En el más hermoso de estos edificios se encontraba antes un hospital para enfermos mentales, fundado por el propio emperador Pedro II. Hoy es la sede de la Facultad de Psicología de la Universidad... y dicen las malas lenguas que no han cambiado mucho las cosas en el interior de la edificación.

El paisaje desde lo alto del morro de Urca es ya de por sí impresionante; pero cuando uno asciende con el teleférico grande (inaugurado en 1913) hasta la cumbre del Pan de Azúcar, todas las vistas anteriores quedan opacadas por la belleza del nuevo panorama. Por eso no es de extrañar que ya hayan subido más de 30 millones de personas. Sólo espero que el resto de los visitantes haya tenido la misma buena suerte que yo, de haber alcanzado la cumbre en una despejada mañana sin apenas nubes en el cielo y de una visibilidad envidiable.

La foto de Río con la vista de la ensenada de Botafogo y el Pan de Azúcar de fondo, que se disfruta desde el mirador de Doña Marta o desde lo alto del Corcovado, es conocida mundialmente; sin embargo, las perspectivas más lindas de Río son precisamente desde lo alto de este seductor monolito de roca gris. Solo que este paisaje inigualable no se puede recoger en una sola foto, ya que por su privilegiada posición en la boca de la Bahía de Guanabara, el panorama se abre en todo el alrededor de esta singular elevación. Desde allí se pueden ver nítidamente no solo el tranquilo barrio de Urca y múltiples pequeñas playas desconocidas para la mayoría de los visitantes y de los propios los cariocas, sino también los litorales de Copacabana y de Ipanema, el centro de la ciudad con su parte comercial y el casco histórico, el puerto, la bahía con sus innumerables islas, Niteroi (la ciudad que se alza en el lado oriental de la Bahía de Guanabara) y la sorprendente costa brasileña al este, con sus islas, playas, colinas y poblados rodeados siempre de una exuberante vegetación. Entre las cosas creadas por la mano del hombre, llaman la atención el enorme puente sobre la bahía uniendo a Río con Niteroi y el Aeropuerto Nacional de Río de Janeiro en una isla semi artificial, desde donde continuamente despegan pequeños aviones, que luego de pasar muy cerca del Pan Azúcar, se pierden a lo lejos en el horizonte. Como colofón de este paisaje se levanta la montaña del Corcovado, en el Parque Nacional de Tijuca, el punto más alto de la urbe, sobre la cual se encuentra la famosa estatua del Cristo Redentor con sus brazos abiertos, mirando en dirección a la ciudad y al Pan de Azúcar.

Luego de haber disfrutado de medio día en este privilegiado mirador (al principio pensábamos subir "solo un rato"), no puedo afirmar como los cariocas que Río sea la urbe más bella del mundo, pues no las conozco a todas. En todo caso es la ciudad más linda que he visto, y, sin duda, la cima del "Pâo" es el lugar más hermoso de Río, desde donde se puede admirar en todo su esplendor el intenso verde la ciudad.

Bajamos usando de nuevo los dos teleféricos actuales, que en sustitución de sus "abuelos" de principio de siglo, fueron instalados en 1972 y pueden llevar hasta 75 personas. Más tarde, en la playa, supe que hacía solo unos meses se había partido el cable de uno de los funiculares y sus pasajeros se quedaron colgados solamente del cable de emergencia. Como no podían maniobrar el funicular ni para delante ni para atrás, tuvieron que rescatar a los "felices" turistas con tropas especiales de la Policía, que los fueron bajando uno a uno por una soga. ¡Parece que los caminos para subir al cielo no siempre son seguros! Luego del accidente se le hizo una reparación general a todo el sistema de cables; pero en todo caso les agradezco mucho a mis amigos que me hayan hecho el cuento DESPUÉS de haberme pasado ese día "celestial" en la cima del "pan" más grande del mundo.

Marzo del 2001

Carnaval, CaRIOcas y Copacabana- Rio1

Un amigo que ha viajado por todo el mundo como piloto de Air France, me comentó que las tres ciudades más lindas del planeta no se encuentran en Europa ni en Norteamérica, sino en el hemisferio sur. Según él, son Sydney, en Australia; Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, y Río de Janeiro, en Brasil. Para los cariocas, por supuesto, Río es la población más linda del mundo. No sin razón están muy orgullosos de esta villa, en la que, desde un principio, la majestuosidad de la naturaleza le ganó por adelantado en creatividad y esplendor al más talentoso y fantasioso de los arquitectos.

La urbe debe su nombre a su geografía, o, mejor dicho, a un error de apreciación geográfica del navegante portugués Andrés González, que al echar sus anclas en la bahía de Guananabara, el primero de enero de 1502, la confundió con la desembocadura de un río y bautizó el enclave como Rio de Janerio ("río de enero" en portugués). Así que si el respetable Don González hubiese llegado al lugar un día antes y reconocido correctamente la geografía carioca, a lo mejor la población se llamaría hoy "Bahía de Dezembro". Pero no fue hasta el primero de marzo de 1565 que se fundara la honorable villa de Sâo Sebastian de Rio de Janeiro, convertida en 1763 en la capital del Brasil. Mi visita coincidió con su cumpleaños 436, y pude ver cómo en numerosas iglesias del centro se ofrecieron misas a San Sebastián, santo del día y patrono de la ciudad.

También la palabra carioca, como se llama hoy a los habitantes de Río, tiene un origen singular: los indígenas de la tribu Tamoio, antiguos pobladores de la zona, llamaban "cari-oca" a las casas de los extraños o casas de los blancos, al referirse al nuevo asentamiento de los conquistadores europeos.

Pese a ser hoy una urbe de 8 millones de habitantes, Río no es la metrópoli más grande y rica del Brasil (sino, Sâo Paulo) ni tampoco es la capital (lo es Brasilia, desde 1960). Desde el punto de vista administrativo, es solo la cabecera de Estado Federal de Río de Janeiro de 15 millones de habitantes. Pero, sin duda, constituye la ciudad de mayor fascinación del país, la que posee ese "gancho" que la convierte en el indiscutible polo turístico del gran gigante sudamericano y sede de numerosos eventos internacionales. El hecho de que importantes empresas brasileñas, medios de difusión masiva y centros de convenciones se hayan asentado en Río, hacen que la urbe tenga una gran influencia en la vida socio-política, cultural y económica del país.

No conozco ninguna otra metrópoli del mundo con tanto derroche de atractivos geográficos. En Río convergen, al mismo tiempo, hermosas playas de blancas arenas, verdes colinas, morros de grises piedras de dimensiones colosales, lagos azules, traviesos riachuelos, brillantes cascadas, exuberantes bosques tropicales, impresionantes bahías, panorámicas ensenadas y amplios valles. El mundialmente famoso Cristo de Río, que abre sus brazos sobre la cúspide de la singular montaña del Corcovado, se alza en medio del Parque Nacional de Tijuca, la floresta urbana más grande del mundo, mientras que el Pan de Azúcar, otro gran símbolo de Río, desde donde se disfruta una espectacular vista de la ciudad, es también un gran regalo de la naturaleza. ¡Hasta las favelas se ven pintorescas en el fondo verde las colinas!

Copacabana, con el original mosaico de sus anchas aceras, resulta, sin equivocación, el balneario más famoso de Sudamérica. Es visitada anualmente por millones de turistas de todo el planeta, secundada por Ipanema y otras playas de la zona sur de la ciudad. Los alrededores de la urbe, también llenos de atractivos naturales, son ciertamente un gran complemento de esta metrópoli, cuyos pobladores poseen una inagotable creatividad y una gran alegría de vivir.

Durante su mundialmente famoso Carnaval, Río se viste de gala y su música contagiosa invade sus calles, mientras que una oleada de visitantes de todo Brasil y del extranjero se apresura a broncearse en sus playas y disfrutar del espectacular desfile de las escuelas de samba que tiene lugar durante tres noches en el Sambódromo, el gran templo del Carnaval carioca. Pese al fuerte calor del verano austral, que alcanzaba los 40º centígrados, tropecé con una heterogénea muchedumbre carnavalesca siempre dispuesta a bailar, divertirse y pasarla bien.

Río es famoso no solo por su belleza, sino también por su criminalidad. Alertado por amigos y familiares, me preparé tanto para una ciudad altamente peligrosa, que casi quedé "decepcionado" de no ver ningún asesinato o asalto armado en plena calle. En lugar de eso, me encontré con gentes simpáticas y alegres, pese a que la vida de los cariocas no es siempre fácil. Por lo demás, no creo que la urbe sea más peligrosa que Miami, Nueva York u otras grandes urbes latinoamericanas.

Pero Río es mucho más que Carnaval, Cariocas y Copacabana. Es un arco iris de razas, culturas y tradiciones que se han fusionado y enriquecido para formar lo que es hoy una de las metrópolis más llamativas del Planeta. La parte vieja de la villa guarda innumerables joyas históricas y arquitectónicas, modernos edificios e interesantes museos y centros culturales.

Creo que la mayor "peligrosidad" de Río no consiste en sus delincuentes callejeros, sino en su irresistible magnetismo que te asalta y te roba la voluntad de regresar a casa. Te dan ganas de sumergirte para siempre en ese mar de ritmos cariocas y quedarte prisionero de la samba entre el Pan de Azúcar, el Cristo del Corcovado, y las playas de Ipanema y Copacabana.

Marzo del 2001