Tuesday, December 10, 2002

ZOOLÓGICO NUMISMÁTICO - Austr.3

Sin lugar a dudas, el canguro es el emblema más distintivo de Australia. Cada vez que pensamos en ese remoto continente, donde casi toda su fauna y su flora son autóctonas, nos viene a la mente este marsupial que se encuentra representado en postales, libros, logotipos y todo lo relativo al exótico país de los mares del sur. A tal punto llega su simbolismo, que en el reverso de la moneda australiana de 50 centavos aparece el mamífero de larga cola con su singular "bolsillo" para alojar sus crías y fuertes patas traseras con las que da sus sorprendentes saltos.

No tan famoso como su "colega" saltarín, pero también muy conocido dentro y fuera del continente, es el simpático koala. Esta bolita de peluche gris, siempre trepando los troncos de los frondosos árboles, también ha ocupado un lugar en el "mural de la fama" del dinero australiano y asoma en una de las caras de la moneda de 5 centavos.

Sin embargo, quien más me llamó la atención dentro de ese "zoológico numismático" fue el ejemplar que habita en la moneda de 20 centavos. Es un animal que desde la niñez me causó una profunda admiración, pues parece hacer caso omiso de las reconocidas leyes de la biología universal. Esta impar criatura de escasos 50 centímetros de largo, cuyo hocico prolongado y córneo se parece al pico de un pato, tiene sangre caliente, el cuerpo cubierto de pelos y da de mamar a sus hijos, aunque se reproduce por huevos. Sus cuatro patas poseen membranas entre los dedos, que le permiten nadar por debajo y a flor de agua con la facilidad de un pez, y caminar por la tierra como un hurón. El ornitorrinco, denominado Platypus en inglés, es algo así como el "eslabón perdido" de la fauna mundial, y con su apariencia tan singular dista mucho de parecerse a sus "parientes" más cercanos en mundo de la zoología.

Por eso fue muy grande mi alegría cuando pude ver uno de estos raros ejemplares, no desde las páginas de un libro de zoología o un documental televisivo, sino jugueteando frente a mí con una gracia seductora en el acuario de Sydney. Allí también conocí que este interesante animal era venerado de forma muy especial por las tribus aborígenes, que habitaban
la mayoría de las zonas del continente australiano desde hace alrededor de 40 mil años.

De acuerdo a los descubrimientos arqueológicos, los aborígenes australianos poseen la mayor historia continua cultural del mundo, pues su germen se remonta a la última era glaciar. Lo que los europeos denominaron en un principio como “Terra Australis”, estaba habitado por diferentes grupos nómadas durante milenios, que se autodenominaban Kooris. Estas comunidades, que los especialistas suponen venidas desde el sur de India o de Sri Lanka, hablaban cientos de idiomas diferentes, con estilos de vida, religiones y culturas distintas en cada una de sus respectivas regiones. Versátiles y creativos, los indígenas australianos tenían sistemas sociales complejos y tradiciones muy desarrolladas que reflejaban su profunda conexión con la tierra y con su entorno. Desde el punto de vista tecnológico, estos pueblos no tuvieron un gran desarrollo y como símbolo de su talento técnico solo ha llegado nuestros días el bumerán, un arma de madera utilizada para cazar que si se tira correctamente, regresa a los pies del lanzador. Por el contrario, los aborígenes poseían un mundo espiritual muy amplio, enriquecido con innumerables ritos e historias fantásticas, conservadas casi intactas hasta nuestros días, pese a que las tribus fueron masacradas y esclavizadas por los colonos europeos.

…Y cuenta una de sus viejas leyendas que en los comienzos del mundo se reunieron todos los animales para determinar a qué grupo correspondía nuestro ornitorrinco. Cada cual decía: "Él nos pertenece." Las aves lo demandaban para sí por poseer pico y patas como un pato y poner huevos, los peces lo solicitaban porque nadaba bajo el agua, y el canguro lo reclamaba entre los animales terrestres por su pelo y porque caminaba por la tierra. En medio de la disputa, habló por fin el propio animalillo para conciliar a unos y otros. Se llegó al acuerdo de que pertenecía a todos, pues tenía algo de cada uno de los demás animales. Esta criatura, noble, inteligente e inofensiva, puso fin a la querella, y devolvió a los animales la unión y la armonía. Desde entonces fue reverenciada por toda la fauna australiana, y los aborígenes consideraban su presencia símbolo de buena suerte y prosperidad. Por eso su caza estaba prohibida y con agrado los primeros habitantes del continente alzaban sus campamentos cerca de los lugares donde esta singular especie hacía sus guaridas.

No sé cuánto habrá de verdad en la añeja leyenda, contada de una generación a otra desde tiempos pretéritos. Sólo puedo afirmar que el animalillo fue lo que más me atrajo de todo lo visto del acuario de Sydney, uno de los mejores del mundo. Ni las gigantescas peceras con reproducciones de la flora y fauna de la Gran Barrera Coralina, ni los túneles submarinos donde el visitante se pasea "escoltado" por múltiples animales acuáticos, incluyendo gigantescos tiburones, era comparable a la juguetona alegría que transmitía el ornitorrinco. Se comportaba como un ave, un mamífero y un pez a la vez haciendo piruetas bajo el agua con su pico de pato, retozando entre las exóticas plantas australianas y nadando entre los peces.

Desde entonces, cada vez que pienso en el país austral, lo que viene a mi mente son las travesuras de este "forastero de los libros de biología", que sigue nadando despreocupadamente en la moneda de 20 centavos, aunque para el resto del mundo el canguro sea el animal más conocido y famoso de Australia.

Febrero del 2003

LOS BISNIETOS DE LOS DELINCUENTES - Austr.2

¿Dónde queda la Ópera? ¿Dónde están los canguros?

Estas son las preguntas que se hace el viajero recién llegado, buscando los más conocidos atributos de este remoto país, que se hizo famoso en todo el orbe por las brillantes Olimpiadas de Sydney 2000, cuando los ojos de millones de espectadores de todo el planeta se dirigieron hacia esta casi olvidada zona del globo terráqueo.

Habíamos sobrevolado toda Australia, y desde el avión observé el árido centro del “Continente Rojo”, poco poblado y de escasa vegetación. En abierto contraste, Sydney se encuentra rodeada de bosques de eucaliptos que, vistos desde el aire, despiden destellos como verdes olas marinas. Aterrizamos cuando despertaba la urbe y, junto con ella, nos preparamos para un nuevo día.

CONCIERTO DE CONCHAS

Salimos en su búsqueda… y la Ópera no fue difícil de localizar. Ocupa una posición privilegiada y fácilmente visible dentro de la Bahía de Sydney. Sus enormes “carapachos” blancos, revestidos con millones de azulejos traídos desde Suecia, le sonríen al mar desde una diminuta península, que desde tiempos remotos era utilizada por los aborígenes australianos para realizar multitudinarios ritos con conchas y caracoles marinos. Lo que muchos de los miles de turistas que arriban a diario a la urbe no conocen, es que detrás de este edificio se esconde otra “ópera”, digna de ser representada en un escenario y tan fascinante como la excéntrica arquitectura que la ha hecho mundialmente famosa.

El lugar no siempre fue utilizado con propósitos tan sublimes. Durante el inicio de la conquista británica en Australia, cuando Sydney no era más que el destino final de convictos desterrados, el terreno sirvió como punto de desembarco de presidiarios y como corral de ganado, para convertirse en depósito de basura y luego pasar a ser parqueo de tranvías.

Pese a que desde la primera mitad del siglo xx se solicitaba la construcción de un centro de artes interpretativas a gran escala, no es hasta 1956 cuando el gobierno del estado de Nueva Gales del Sur (al cual pertenece Sydney) convoca a un concurso internacional, en el cual participaron 233 proyectos de 23 países. Luego de largas deliberaciones, es elegida en 1957 la propuesta del arquitecto danés Jörn Utzon, cuya maqueta original pude ver en uno de los salones inferiores del edificio. Me asombró mucho que el esbozo original resulta bastante diferente a la obra actual. En 1959 comienza la edificación de la ópera sin haber sido tomada una decisión final sobre el diseño de las cúpulas. Utzon soluciona en 1961 el problema, al crear todos los “cascarones” de la instalación como segmentos de una misma esfera.

La construcción se tornaba cada vez más compleja y costosa, pese a todas las innovaciones. Tras las elecciones de 1966, las discrepancias entre el nuevo gobierno y el arquitecto danés son tan grandes, que este último regresa a Europa. Las obras son retomadas por tres arquitectos australianos que le hacen varias modificaciones al proyecto inicial, pues se descubre que los cimientos originales no podían soportar el peso de la enorme estructura, por lo que hubo que dinamitar en parte la base de las columnas de concreto para fundirlas de nuevo. Todo esto hace que los costos de la obra exploten vertiginosamente, y para poder financiarla, se crea la Lotería de la Ópera. En realidad fue la ciudad de Sydney la que “se sacó la lotería”, pues posee hoy la joya arquitectónica más valiosa del quinto continente y una de las edificaciones más espectaculares del siglo xx.

Al visitar la magnífica instalación, supe que el proyecto se convirtió en un colosal “mamut constructivo”: en vez de siete millones de dólares australianos y cuatro años para su creación, necesitó 14 años con un costo total de más de 300 millones. Luego de múltiples esfuerzos e innumerables complicaciones, la National Opera House fue inaugurada finalmente el 20 de octubre de 1973, nada menos que por Su Majestad la Reina Isabel II de Gran Bretaña. El principal atractivo turístico de la ciudad alberga 5 teatros, donde no solo se dan funciones de ópera. Allí también se realizan programas de teatro, ballet, danza, jazz, conciertos, filmes, actividades al aire libre y se celebran fiestas para un total de más 3 000 eventos anuales. Esto aumenta la rentabilidad del complejo, que, pese a contar con cuatro millones de visitantes anuales, aún es subsidiado por el Estado.

Sólo un protagonista muy importante nunca ha visitado las representaciones que se ejecutan en la famosa edificación: el arquitecto Jörn Utzon. No ha querido ver la obra terminada, porque, luego de las modificaciones hechas, ya no la considera “su” proyecto. Todo parecía indicar que esta “ópera sobre la Ópera” no iba a tener un buen desenlace. Sin embargo, como sucede en el escenario, la historia puede llegar a un final feliz. En 1999, ya calmadas las desavenencias, aparecieron señales de reconciliación y el arquitecto danés aceptó un encargo para las directivas de diseño en las posibles remodelaciones posteriores del lugar…

Mientras continúan los debates, las bellas cúpulas del edificio, lejanas descendientes de las conchas marinas en los ritos aborígenes, siguen asombrando al mundo como elegantes testigos de las audacias de la arquitectura.

EL COLOSO DE LA BAHÍA

Muy cerca de “la Ópera más discutida del mundo”, se encuentra otra construcción de símbolos innegables de la ciudad: el Harbor Bridge. Este puente de dimensiones monumentales tiene 1 148 metros de largo, 134 de alto y 48,8 de ancho. Puede ser cruzado en auto, en tren y a pie. Actualmente, también se puede escalar por sus arcos, en un novedoso “alpinismo urbano” que atrae a miles de visitantes al año. Lo más interesante es que la función inicial de este gigante de acero y concreto no fue precisamente la comunicación entre las dos orillas de la bahía. En realidad, el fantástico proyecto es un “hijo de la necesidad”. Fue construido entre 1923 y 1932 para amortiguar el alto desempleo durante La Gran Depresión de los años 20, y en la obra encontraron trabajo miles de obreros, técnicos e ingenieros de todo el país.

Luego de subir unos 200 escalones, llegamos al interesante museo, que se encuentra en la cima de una de las cuatro torres del puente. Allí conocí mejor la historia de lo que es, sin duda, uno de los grandes logros de la ingeniería australiana, pues durante su construcción no se utilizó ningún pilar intermedio. Ante los ojos incrédulos de los espectadores, los 510 metros de espacio entre las bases de los arcos que sustentan toda la estructura, fueron cubiertos por piezas montadas desde ambas orillas para unirse en el centro del canal con una precisión de apenas unos centímetros. Esto constituyó una gran hazaña tecnológica en tan tempranos años del siglo xx. Sin embargo, debo admitir que lo que más me gustó del museo no tenía precisamente un carácter técnico. ¡Desde allí se divisa el mejor panorama de toda la bahía! Es fabuloso el admirar las incansables lanchas de pasajeros que cruzan las azules aguas de la ensenada en todas direcciones, los verdes parques que rodean el puerto y los rascacielos del centro financiero coronados por la Torre de TV de Sydney, la edificación más alta del continente. Comprendí en ese instante por qué todo el que visita la lejana ciudad, habla de Australia con un brillo tan especial en la mirada. Basta subir al puente para quedar enamorado para siempre de esta antigua colonia de presidiarios.

Como “contraparte subterránea” al coloso de la bahía, se construyó en 1992 el Harbor Tunel, otro espectacular viaducto de 2,3 km, que fluye paralelo al puente a 27 metros debajo de la superficie del agua. Este corredor subterráneo sí cumple una función netamente “comunicativa”, y enlaza de forma muy conveniente las autopistas del norte y el sur de la urbe.

¿Y los canguros?

Se pregunta aún el turista luego de sus primeras exploraciones. La respuesta es muy fácil: en el zoológico, donde también se puede disfrutar de una hermosa vista de la ensenada. Quien espere ver los endémicos animales “caminando por la calles” de la ciudad, se va a llevar una gran decepción. Mas, a modo de “compensación”, Sydney tiene muchas otras cosas que ofrecer.

LA METRÓPOLIS DEL FIN DEL MUNDO

Luego de conocer los más de 200 años de historia de la Colonia Penal en el Museum of Sydney o haber admirado los esqueletos de prehistóricos dinosaurios en el Museum of Australia, uno se puede tirar a descansar en la hierba del Hyde Park o en el antiguo Parque Botánico, los apacibles pulmones verdes en el centro de la villa. En el barrio chino se confunden turistas y emigrantes de la región bajo un mar de letreros en chino, japonés y otras lenguas asiáticas. Quizás allí es donde mejor se comprende que Australia es un país occidental dentro del mundo del lejano oriente.

Se puede pasear en el Monorraíl por el corazón de la ciudad para llegar al Darling Harbor, en el que los antiguos espigones del puerto han sido remodelados en funcionales complejos habitacionales y de recreación. Allí se encuentran, entre otros, varios centros comerciales, cines, salones de exposiciones, un excelente Acuario y el Museo Marítimo. Sustituyendo al viejo fondeadero, se construyó un nuevo y moderno puerto fuera del centro de la urbe.

La “ciudad de la primavera perenne”, con hermosas riberas bañadas por el Océano Pacífico, posee además un sinnúmero de playas favorecidas por el sol entre verdes colinas. La más conocida de ellas es Bondi Beach, de apenas 1,5 km de largo. Esta “Copacabana de Australia” es famosa por sus equipos de salvavidas que se adentran a remo limpio en el mar embravecido, y los suffers que gustan deslizarse en tabla sobre las crestas de las olas. Allí, al igual que en el resto de los balnearios de la metrópolis, se practican todo tipo de deportes náuticos, pues los australianos sienten una pasión especial por el ejercicio al aire libre.

Quizás sea porque los taxis que circulan por las avenidas están pintados de forma similar a los autos de la policía, el caso es que pude constatar un hecho muy curioso: pese a ser una antigua colonia de delincuentes, o acaso por eso, la criminalidad es asombrosamente baja. Sydney es más segura que muchas de las grandes urbes de Europa y los Estados Unidos. La “peligrosidad” radica en que la villa puede crear adicción. Al principio parece un lugar agradable para vacaciones, pero en un “amor a segunda vista” se convierte esta metrópolis limpia, variopinta, alegre y moderna en el lugar ideal para vivir. De hecho, conocí varios europeos que vendieron sus pertenencias, renunciaron a sus trabajos y vaciaron sus casas para mudarse a Australia. Creo que no sería mala idea que, al igual que en las cajetillas de cigarrillos se advierte sobre las consecuencias del fumar, en el pasaje de ida a la urbe se pegara una etiqueta con la inscripción: “¡Cuidado, esta ciudad puede crear hábito!”

No sé qué diría el capitán británico Arthur Philip, fundador de la colonia de convictos, si viera cómo junto a la hermosa bahía, obra maestra de la naturaleza, la mano del hombre ha creado hoy una floreciente metrópolis. Los bisnietos de los antiguos presidiarios han construido, con arduo trabajo, enormes esfuerzos e impresionante creatividad, la que es sin duda una de las urbes más seductoras del planeta.

Por eso no es raro que cuando el visitante pasa una temporada admirando los atractivos de la localidad, compartiendo la forma de vida tan abierta de sus cordiales y solícitos habitantes, se siente “en casa” más rápido. La pregunta que hace entonces el viajero no es precisamente turística:

¿Dónde se puede obtener la visa para vivir en Sydney?

Diciembre del 2002

EL CONTINENTE DESPRECIADO - Austr.1

Cuando el británico Arthur Philip se aventuró a lo largo de la costa australiana del Océano Pacífico en el remoto año de 1788, encontró en la parte sudoeste del nuevo y misterioso territorio un fabuloso estuario que desbordó toda su admiración. Este capitán, el primer europeo en atravesar los impresionantes farallones que "custodian" la entrada de la singular bahía, expresó en una carta dirigida al entonces ministro interior del Reino Unido, lord Thomas Townshend Sydney: "[...] Tengo la satisfacción de haber encontrado la ensenada más bella del mundo [...]" Precisamente el apellido de este oficial dio nombre al primer asentamiento del Imperio Británico en tan remotos parajes allende los mares. Se dice que, a su vez, el nombre de Sydney se deriva de Dionisos, el dios de la fertilidad en la antigua Grecia.

Mientras yo sobrevolaba en helicóptero la entrada que bordean estos farallones y disfrutaba del hermoso panorama a mi alrededor, me imaginaba la admiración que debió haber sentido entonces la tripulación sajona al penetrar en este nuevo recinto de preciosas playas, pintorescas ensenadas e impresionantes promontorios.

Comenzaba así la historia de la colonización de un nuevo continente. Solo que esas tierras fueron desdeñadas por mucho tiempo. Las primeras exploraciones europeas en Australia datan del 1606, cuando el español Luis Váez de Torres navegó a través del estrecho que separa la "Terra Australis Incógnita" de lo que hoy se conoce como Nueva Guinea. Luego los marinos holandeses de la Compañía Oriental de las Indias descubrieron Tasmania y ocuparon el noroeste de la costa, a la que llamaron Nueva Holanda. El primer expedicionario inglés, el emprendedor pirata William Dampier, llegó a la ribera noroeste del territorio en 1688. Sin embargo, nadie parecía interesarse por estos nuevos paisajes. No fue hasta casi 100 años más tarde, en 1768, cuando su compatriota, el capitán James Cook, a bordo del Endeavour, realizó un viaje de exploración por el Pacífico Sur. Estas indagaciones permitieron descubrir e investigar el litoral oriental de Nueva Holanda. Cook navegó por toda la costa este, y en 1770 se detuvo en Botany Bay para tomar posesión del territorio en nombre de la corona británica, al que bautizó como Nueva Gales del Sur. No obstante, se determinó que aquellas tierras no poseían ningún valor y Australia fue condenada al olvido.


Un hecho ocurrido al otro lado del planeta cambió la historia del ignoto y malmirado continente. Corrían los tiempos en que las 13 Colonias Inglesas en Norteamérica se independizaron de la corona, y el rey necesitaba de nuevos destinos para deportar a sus criminales. En 1779, sir Joseph Banks (presidente de la Royal Society y naturalista en el viaje de Cook) sugirió que su Alteza podría resolver los problemas de hacinamiento de sus prisiones si trasladaba a los convictos a Nueva Gales del Sur. Dada la superpoblación de presos en el país, se decide utilizar la lejana y desdeñada región para establecer una colonia penal. En 1787, partió la primera flota para Botany Bay, bajo el mando de nuestro ya mencionado capitán Arthur Philip, quien se convertiría en el primer gobernador de la colonia. Los 11 barcos de la escuadra transportaban a 1500 personas (la mitad de ellas convictas de ambos sexos), 4 compañías de marinos y provisiones para dos años. Philip arribó a Botany Bay, que debía ser el destino final de la expedición en enero de 1788, mas enseguida se trasladó hacia el Norte y ordenó desembarcar en el actual Sydney, donde la tierra y el agua eran mejores. Por lo que en realidad la fundación de la ciudad fue accidental.

Son estos desterrados, expulsados para "limpiar" las cárceles inglesas, los que fundaron la primera villa del continente. En la fecha de su llegada, el 26 de enero, se celebra en la actualidad el Día de Australia. Este asentamiento primario se desarrolló rápidamente producto de la continua deportación de presos. Se estima que entre 1788 y 1868 fueron expatriados unos 160 000 convictos (137 000 hombres y 25 000 mujeres), por lo cual el sistema penal tuvo un impacto social duradero. Para los recién llegados, Nueva Gales del Sur fue realmente un lugar terrible e inhumano, y por 16 años sobre la colonia pendió la amenaza del hambre.

A los presos se les obligó a trabajar para los nuevos colonos. Si desobedecían, eran encadenados y se les hacía ocuparse de la construcción de caminos. Así fueron hechas y hasta parcialmente diseñadas por los propios reos algunas de las primeras edificaciones de Sydney. Varias iglesias, las barracas para prisioneros (1819), la Casa de Aduanas (1840) y finalmente la Alcaldía (1888), las pude ver en mis paseos por la ciudad. En la historia de la villa se mezclan también el aún existente Hospital de los "Rums" (1816), que data de los tiempos en el que el ron era utilizado como forma del pago.

La llegada de la primera flota inició también la colonización de estos territorios, hasta entonces habitados por las cerca de 300 000 pacíficas tribus aborígenes. Al igual que en América, el arribo de los europeos trajo consigo el desplazamiento, maltrato y la expropiación a los pueblos indígenas.

Pese a tantas adversidades, algunos hombres libres se sintieron atraídos por Australia... quizás los primeros masoquistas recogidos en los anales de la historia. Ya a mediados del siglo xix los colonos autónomos, empujados hacia estas nuevas tierras por la pobreza en Inglaterra, superaban en número a los convictos. El hambre también hizo mella en estos pioneros de la conquista, que sintieron en carne propia la dureza del nuevo e inhóspito continente. El sobrevivir en una tierra tan árida y diferente era una auténtica hazaña.

Con la Fiebre del Oro en la década de 1850 el aspecto del país cambió de manera radical. Australia se convirtió en "la tierra de los sueños" para miles de inmigrantes libres, mayoritariamente europeos. Ciertos hallazgos de importancia impulsaron la economía y transformaron de manera irrevocable las estructuras sociales. Los nuevos colonos habilitaban las tierras para la agricultura o la minería, mientras expulsaban por la fuerza a los aborígenes de sus territorios. Esta nueva inmigración y la Revolución Industrial Inglesa provocaron un desarrollo demográfico considerable durante la segunda mitad del siglo xix y una prosperidad nunca antes conocida.

Sydney entra al nuevo siglo xx en medio de una efervescencia económica. Se desarrollaron ostensiblemente las capacidades agrícolas y manufactureras, y se establecieron instituciones de gobernación y de servicios sociales. El 1 de enero 1901 se constituyó un nuevo Estado: la "Comunidad de Australia", a través de la proclamación de la Constitución para la Federación de los seis estados. Ese sistema político se mantiene hasta hoy. Si bien permanecieron los lazos legales y culturales con Gran Bretaña, a la que muchos siguen considerando “la Madre Patria”, los vínculos constitucionales han ido decreciendo. La población europea en ese momento era de 3,8 millones de habitantes, de los cuales la mitad vivía en las principales ciudades. Tres cuartas partes habían nacido en Australia y disfrutaban de un nivel de vida superior al de sus familiares en Gran Bretaña.

Se había formado una nación del "nuevo mundo", abierta y democrática, en aquella tierra tan despreciada por los primeros navegantes en el siglo xvii. En ese mismo lugar, utilizado como colonia penal para recibir a todos los desechados, no queridos y perseguidos elementos criminales de la sociedad británica, se percibía un pragmático igualitarismo, sin una aristocracia o clase privilegiada, que convirtió a la ciudad y a todo el continente en una sociedad multicultural única. Las antiguas leyendas aborígenes se entremezclaron con las historias de los colonos, y surgió así una cultura muy singular. Todos estos acontecimientos dibujaron las primeras líneas del carácter afable y tolerante de los australianos, el cual yo pude disfrutar en tantas ocasiones durante mi visita al continente.

Luego de la II Guerra Mundial aumentó el flujo de inmigrantes europeos, que han contribuido enormemente al desarrollo del país; la expansión del sistema de seguridad social y los avances en las comunicaciones. En los años 80, el país aceptó un gran número de refugiados asiáticos. Se estima que gente de más de 140 países ha emigrado en los últimos 50 años.

Entre los asuntos actuales, se encuentran el estatuto republicano de Australia, y una disculpa oficial del gobierno por las injusticias y los robos que sufrieron las generaciones de nativos; muchos de los cuales siguen viviendo en condiciones lamentables. La ley de derechos territoriales indígenas, promulgada en 1993, fue el inicio de una gran campaña de reconciliación nacional que quizás haya tenido su punto culminante cuando la atleta aborigen Catry Freeman encendió la antorcha que dejó inaugurados en Sydney los Juegos Olímpicos del 2000. Estas competiciones situaron a Australia en el centro de la atención mundial y marcaron también una pauta para que el gobierno se esfuerce en mejorar las condiciones de vida de los primitivos habitantes del continente.

Precisamente nadando en la piscina olímpica del Sydney Acuatic Center, una de las mejores del mundo, y paseando por las magníficas instalaciones deportivas, admiradas por millones de televidentes de todo el planeta durante los Juegos, me puse a meditar sobre cuánto ha progresado la antigua colonia de presidiarios. Con sus 4 millones de habitantes, el Sydney actual no es solo la ciudad más antigua, sino la más grande del continente, donde vive la quinta parte de la población australiana. Lo que comenzó como una gran prisión transoceánica para delincuentes británicos, es hoy una pujante metrópoli que ha superado la marginación y el desprecio de antaño, para convertirse en una de las urbes más cosmopolitas y bellas del planeta.

Diciembre del 2002