Monday, June 10, 2002

FUEGO EN EL CONVENTO

Dice un viejo refrán alemán que nunca se termina de aprender. Comprobé la verdad que encierran estas palabras en mi reciente visita a Amberes, la Ciudad de la Mano Cortada, adonde regresé para participar en la tradicional competencia de natación. Igual que el año pasado, luego del almuerzo de despedida, se organizó una excursión por la urbe para los atletas del evento deportivo.

Así volví a caminar las ya conocidas viejas calles del centro de la villa, más por compartir en la atmósfera alegre de nuestro grupo y del magnífico día con su radiante sol, que por creer descubrir en este nuevo paseo algo interesante o revelador. Amberes florecía bajo un cielo sin nubes y el ambiente tan agradable invitaba a este recorrido que yo creía simplemente una repetición de la vez anterior. Yo ya había visitado los principales museos de la ciudad, leído sobre la historia de esta capital, visitado sus plazas principales, y admirado sus edificios públicos y monumentos. No pretendía conocerlo todo sobre la segunda urbe más importante de Bélgica, pero sí pensaba que ya había visto lo más significativo de la metrópoli de la región de Flandes.

Durante el trayecto pasamos por una pequeña callejuela en el centro de la otrora Zona de Intramuros de la villa. No tenía nada especial y por eso me asombró que nuestro guía se detuviera en la esquina para revelarnos algo. Más por disciplina que por interés me acerqué a oír la explicación que nos daba frente a una gran puerta construida en estilo barroco, sobre la que se vislumbraban estatuas de ángeles, arcángeles, sacerdotes y monjas. Se trataba de la entrada al convento de San Pablo, que data de la época en que Amberes estaba bajo la jurisdicción española. Para los reyes católicos de España la región tenía una doble importancia militar y religiosa, pues Flandes era entonces el último bastión católico en Europa. Más al norte y al este se extendían los países nórdicos de religión protestante. Por eso la comarca estaba protegida por una fuerte guarnición frente al mundo no católico, y por decreto real, se liberaron de pagar impuestos a los dueños de casas que mostraran estampas católicas en sus fachadas, muchas de las cuales se conservan hoy en día. Además, se erigieron numerosos templos e instalaciones religiosas en la ciudad, entre ellas, este convento de la orden de los Dominicos. La primera iglesia en este lugar se construyó en 1276. Producto de las crecidas del río Escalda, que entonces aún estaba limpio, en 1734 se terminó una ampliación con un piso más elevado, donde los muebles barrocos se conjugan magistralmente con la arquitectura gótica.

La orden hizo decorar fastuosamente esta "Joya Barroca en un Joyero Gótico". En sus paredes se colgaron cuadros pintados especialmente para el convento de San Pablo por Rubens, Jordaens, Van Dyck y otros famosos maestros de Amberes. La nave principal del templo pronto se convirtió en una de las más lujosamente engalanadas de todo el país. Mientras tanto la orden de los Dominicos, al principio muy tolerante y benévola, se fue tornando más conservadora y estricta bajo la regencia de una nueva monja a finales del siglo XVI. En 1776 los franceses, convertidos en nuevos señores de la comarca, cerraron el monasterio, pero la iglesia siguió funcionando como una nueva parroquia de la ciudad.

El convento de San Pablo y su iglesia están situados en una zona muy cercana al puerto de Amberes, uno de los más significativos del mundo en aquel entonces, el cual no ha perdido su importancia hoy día. Como un fenómeno típico de estos grandes ancladeros, en sus inmediaciones surgen las llamadas "zonas de tolerancia", donde los marineros salen a divertirse luego de sus largas travesías, y abundan los bares, las tabernas y los burdeles. Con el tiempo la zona de los prostíbulos se fue extendiendo de tal modo que el convento colindaba con el barrio erótico de la ciudad, y en la misma calle en que se levantaba una de las iglesias más ricamente decoradas de Bélgica, los hombres de mar y las comerciantes de belleza cometían todo tipo de pecados carnales, en pleno ejercicio de uno de los más viejos oficios de la humanidad. Esta situación creó no pocas desavenencias entre el convento y sus vecinos de la "vida alegre". Por la noche la calle era el antro del pecado infernal y por el día el centro de la virtud celestial. Mientras las campanas del convento llamaban a misa en la lujosa iglesia que supo conservar una singular Atmósfera Hispánica a través de los siglos, los bares y prostíbulos crecían en sus alrededores como hongos después de la lluvia. Las contradicciones entre las monjas y las prostitutas parecían no tener fin... hasta un día de 1968.

Las añejas vigas medievales que sostenían el techo del convento se incendiaron de manera inexplicable. Pronto la cúpula de la iglesia fue pasto de las llamas, que se esparcieron como un rayo por todo el techo hasta el campanario. La madera ardiendo no fue capaz de seguir soportando la pesada campana mayor de la iglesia, y esta se desplomó cayendo en medio de la sala principal del templo secundada por una nube de cenizas, humo, polvo y escombros. Pese a la rápida acción de los bomberos, el fuego se adueñó del edificio y las valiosas obras de arte que atesoraba la lujosa iglesia, parecían perderse para siempre lamidas por las llamas. En ese momento los pobladores de la "zona de tolerancia" irrumpieron en la iglesia. Las mesalinas y los borrachines interrumpieron sus "labores habituales" para sacar las obras de arte. Arriesgando su propia vida, las prostitutas cargaban los cuadros de pintores famosos y los marineros estibaban las pesadas estatuas de mármol. Otros arrancaron de las llamaradas numerosas figuras talladas en maderas preciosas y los lujosos adornos de las columnas de la nave principal. Luego de apagado el fuego, TODAS las obras de arte fueron devueltas al convento. El edifico sufrió enormes destrozos, pero sus tesoros fueron rescatados en el último minuto. Algunas pesadas estatuas fueron dañadas en las prisas de la evacuación, pero todas pudieron ser restauradas. Nuevas vigas fueron colocadas como sostén del techo, la inmensa campana volvió a ocupar su lugar original sobre los tejados del centro de la villa y Amberes recuperó su iglesia dominica en las inmediaciones del puerto. Luego de una costosa y larga reparación, el recinto recobró su esplendor original y su Atmósfera Hispánica para el disfrute de las nuevas oleadas de creyentes y visitantes. Cuando pisamos hoy las losas de la vieja iglesia, cuesta trabajo creer que el edificio fue víctima de tal incendio demoledor.

Desde entonces no importa a qué oficios se dediquen ciertas mujeres por las noches, ni qué misas católicas efectúen otras por el día. Frente a la entrada principal de la iglesia abre hoy sus puertas una tienda erótica, no lejos de allí circulan los marineros de noche con unas copas de más por los bares del puerto, y cuando aún no han desaparecido de la vista los vitrales de la iglesia, pueden verse improvisadas vidrieras, donde hermosas traficantes de placer exhiben sus encantos a los paseantes. Junto a la esquina con la puerta barroca, donde nosotros escuchamos la explicación de nuestro guía, florecía un parque bajo los colores del verano belga y unas cuadras más allá se percibía el transitar de los barcos del puerto. Hoy, ambos bandos viven en armonía. La iglesia organiza planes de ayuda social entre las "chicas alegres" del puerto, y los vecinos del barrio siguen acudiendo a misa y admirando los tesoros del convento. Dicen que muchos marineros antes de zarpar a la mar, acuden al altar a pedir buenaventura para sus travesías y que al amanecer las primeras creyentes que visitan el templo son precisamente las prostitutas. Luego de una noche lujuria, vienen a ponerles una vela a los santos para que las absuelvan de los pecados cometidos la noche anterior... Y yo seguí paseando con mi grupo de nadadores por esta callejuela de la tolerancia que ya les pertenece a todos por igual, donde caminan codo con codo feligreses y marineros, monjas y prostitutas, santos y pecadores.

Junio del 2002

LA CUIDAD DE LA MANO CORTADA

Según una vieja leyenda, en un refugio a orillas del río Escalda en el norte de Bélgica, vivía en los tiempos de Julio Cesar un gigante llamado Antigoon. El malvado grandulón obligaba a los barqueros que cruzaban el río a pagarle un alto impuesto y si algún barquero no podía pagarle, le cortaba una mano y la tiraba al río. Así se impuso esta oprobiosa rutina, hasta que un día el capitán romano Salvius Brabo se revelo contra el gigante. Luego de una gran batalla, como siempre pasa en todas las leyendas, el valiente guerrero logró vencer a Antigoon y le cortó una mano al gigante y la tiró al río… ¡Bravo por Brabo! De allí surgió el nombre de Amberes, que en la lengua local se escribe Antwerpen: “Hand” (mano) y “werpen” (arrojar). Existen por supuestos otras conjeturas respecto al origen del nombre de la cuidad; pero como esta es la más seductora, ha terminado por ser la “oficial”. Por eso en el centro de la plaza mayor de la villa, frente al Ayuntamiento, se levanta una monumental fuerte en la que vemos a Brabo en el momento en que tira la recién cortada mano de Antigoon.

A esta ciudad de “manos tiradas” arribamos en una soleada tarde de un viernes veraniego, para participar en una competencia de natación. Yo tenia mucho interés en conocer la ciudad más importante de Flandes. Cerca del 60% de los belgas son flamencos y el idioma que hablan no es el francés, sino un dialecto muy similar al holandés. La primera vez que oí hablar de algo relativo a esta región, no fue en una guía turística ni en una clase de historia, sino en el Zoológico de La Habana. Cuando era un niño aún, me llevaron a ver a “los flamencos”, esas exóticas aves tropicales que fueron bautizadas por los conquistadores españoles en América con este curioso nombre, quizás porque Flandes también fue conquistada por los españoles durante el siglo XVI. Aún hoy los habitantes de Amberes se auto titulan “Sinjoren”, que viene de “Señores” en español y recuerda el aire señorial que impregnaba la cuidad durante esos años. Ya siendo un adulto supe que la “rumba flamenca” que bailaban los ibéricos, también le debe su nombre a la remota región belga y que quizás halla una relación entre la curiosa costumbre que tienen estas aves de pararse en una sola pata y las poses de los bailadores en dicha rumba. En todo caso Flandes se grabó para siempre en mi memoria de adolescente como un país de leyendas, al yo leer las aventuras del Corsario Negro de Emilio Salgary. Precisamente en Flandes ocurren episodios muy importantes de este clásico de la literatura juvenil universal y que no voy a narrar aquí, para que los curiosos se embullen a leer libro de nuevo.

Luego de registrarnos para nuestra competencia de natación, pudimos dar una vuelta por las inmediaciones y así admirar las bellas casas de finales del siglo XIX y principios del XX el barrio de “Leopold”, con una fascinante arquitectura “Art Novo”. Cada una de las residencias a lo largo de la calle, tiene su identidad propia y al mismo tiempo guarda una gran armonía con las líneas de sus vecinas.

Durante todo el sábado estuvimos recluidos en la piscina. Nos sumergimos en ese mundo de cronómetros, arrancadas, victorias, árbitros, medallas, reveses, silbatos, brazadas, esfuerzos por encima y por debajo del agua, desconsuelos y diplomas, todo salpicado por el incesante murmullo y los gritos propios de un evento de este tipo. Pero el domingo después del desayuno- almuerzo en un lujoso hotel del centro, nos dieron, al igual que en la competencia de París, una excursión por la cuidad.

Así conocimos que las lagunas de los bellos parques del centro de la metrópolis flamenca no son mas que las “nietas” de los fosos de las fortalezas medievales que protegieron la ciudad hasta el siglo XVI, la época de oro de la cuidad. También visitamos el barrio judío y las famosas “bolsas de diamantes” de Amberes, que le han dado un gran renombre a la urbe, conocida también como “La Cuidad de los Diamantes”. Desde le siglo XV la industria del diamante en Amberes, en manos de los judíos que allí habitan, es una de las más importantes del mundo y alcanza un volumen de venta de unos 23 mil millones de dólares anuales y un 7% de la exportaciones Belgas. Esta es una de las actividades económicas más importantes de la metrópolis flamenca, junto con el comercio de su puerto (el tercero más grande del mundo), la moda y el turismo.

En esta relativamente desconocida población europea, la palabra “MODA”, se escribe en mayúsculas. A tal punto llega la influencia de la moda en la vida de Amberes, que desde mayo hasta octubre de este año, se desarrolla en toda la cuidad una jornada especial de la moda. Por eso Amberes nos recibió con muchos de sus principales edificios cubiertos parcialmente con enormes lienzos en colores fosforescentes y en el tope del rascacielos mas alto de la cuidad fue colocada una gigantesca

“A” (de “Amberes”) que incluso le gana en altura a los 132 metros de la torre de la catedral, el edificio más alto de la ciudad.

El esplendor de la arquitectura gótica, barroca y clásica de los edificios públicos de la urbe y sus fachadas ricamente engalanadas, señalan el esplendor económico que vivió la ciudad antaño y que transciende hasta nuestros días. La famosa Catedral, construida a lo largo de 2 siglos es el edificio más llamativo de la metrópolis y el mayor imán para los visitantes. Pero quizás la muestra más sobresaliente de la unión del pasado, el presente y el futuro de Amberes, sea la estación de trenes. El grandioso edificio, cuya gigantesca cúpula sobresale en el centro de la ciudad, fue mandado expresamente a construir por el rey belga en el siglo XIX de forma muy pomposa, para darle un valor muy especial al lugar en la época en que el ferrocarril era el principal medio de comunicación en Europa. Hoy la estación se encuentra en reconstrucción, no tanto para reparar su bella arquitectura, sino para la construcción de túneles especiales bajo la misma, por donde circularan los TGV franceses (Tren de Gran Velocidad) que cubren la ruta París- Amsterdam.

Amberes es además la cuidad de Rubens. Aquí vivió gran parte de su vida y realizó la mayoría de sus obras el mundialmente famoso pintor, el cual compró una casa en el centro de la cuidad. Allí instaló su residencia y su atelier de trabajo. Luego de una minuciosa restauración de la casa y su hermoso jardín interior (diseñado por el propio Rubens), el recinto fue abierto al público en forma de un interesante museo. Pero la exhibición más grande e importante de Flandes es el Museo Real de Bellas Artes, un impresionante edifico del siglo XIX que atesora 500 años de pintura flamenca. Me llamó mucho la atención que en época tan temprana la cuidad emprendiera tan grandes esfuerzos por conservar la cultura de esta legendaria región del país.

Al regresar, comprendí que la leyenda de la mano cortada no es mas que una de las miles de historias que se pueden hacer sobre la urbe flamenca. No obstante; aunque llegué en calidad de nadador a la hermosa cuidad de los diamantes, ni me paso por la mente tirarme a nadar al río Escalda, no tanto porque el agua estuviese fría, sino para evitar, por si acaso, un encuentro con la mano flotante del gigante Antigoon o de algunas de sus presuntas víctimas.

Junio del 2001