Friday, March 25, 2005

OPERACIÓN CAPUCHINO

—¿Desea tomar un café?

La pregunta hecha en cualquier parte del planeta es muy fácil de responder. Basta decir “Sí” o “No” y ya todo el mundo sabe que a una respuesta positiva le seguirá una taza llena de un humeante líquido negro que media Europa disfruta por la mañana en su desayuno, mientras la otra mitad lo degusta por la tarde en su pausa vespertina.
De esta regla quedan excluidos los ingleses, of course!, para los cuales no hay nada comparable con el té desde la época en que la India y Ceilán pertenecían al otrora glorioso Imperio Británico.
Sin embargo en Italia, aunque geográfica y culturalmente forma parte indiscutible de Europa, no se puede pedir simplemente una taza de café, pues a esa frase le seguirá con toda seguridad una pregunta muy justificada:
—¿Qué tipo café quiere?

Y es que en el País de la Bota no es posible tomarlo así de simple, sin detalles ni variaciones. Allí no se conoce sin apellidos ni apodos. El café sin más ni más sencillamente no existe. Desde el restaurante más elegante hasta la cafetería más popular, en los hoteles, las casas y en las fábricas habita toda una enciclopedia de variedades y formas de preparar el consabido brebaje, que a veces deja sin aliento hasta los más exigentes paladares, incapaces de orientarse entre esa jungla de diversidades.

En la oficina en Italia donde suelo trabajar de vez en cuando diseñando un nuevo modelo de automóvil descapotable que saldrá al mercado el próximo año, también se rigen por esa máxima de las variedades para consumir cafeína. El dispensador automático del edificio ofrece una paleta de nada menos que 18 combinaciones: café con leche, leche con café, expreso, aguado, concentrado, con crema, capuchino, frío, caliente, con azúcar y sin ella, con cacao, con licor, con todo o con nada… La lista es cualquier cosa, menos aburrida, amén de ser un gran reto a la creación ingenieril de los diseñadores de un aparato capaz de cubrir esa extensa gama de infusiones con solo apretar un botón.

En esos parajes el café va mucho mas allá de ser una bebida. Al decir de un colega español que vive en Torino desde hace varios años, “El café es la religión de Italia”… y creo que tiene razón. No porque los italianos sean menos cristianos que sus vecinos europeos, todo lo contrario, se sienten muy orgullosos de tener al Papa en Roma y al Vaticano dentro de su península; sin embargo para ellos el acto de tomar café es algo que va mucho más allá de lo humano y lo divino. Es parte intrínseca e indivisible de la vida diaria, un gesto tan vital como el respirar o el circular de la sangre.

No importa cuán intensa sea la jornada laboral o cuán apremiantes resulten los temas por debatir. En el momento en que la palabra mágica “café” cruza la habitación, cesan las trasmisiones. La acalorada discusión sobre cualquier aspecto del proyecto se transforma en reposo y calma. Entonces todos sin excepción hacen un alto para degustar la misteriosa bebida que tiene el poder sobrenatural de cambiar el tema de las conversaciones, pues existen dos reglas tan invisibles como inviolables dentro mis colegas italianos.

La primera de ellas: La pausa è sacra. Aunque halla mucho trabajo, la pausa es sagrada y siempre debe hacerse un tiempo para degustar el café.

La segunda de estas leyes secretas es Nella pausa non si parla di lavoro. En la pausa se habla de la familia, del deporte, del estado del tiempo, de las vacaciones o de las naves espaciales, pero NUNCA de trabajo, que es un tema tabú mientras se tenga una taza humeante en la mano. Mi jefe, alemán de pura cepa, al principio miraba desconcertado esa práctica insólita para él, pero luego, bajo el peso de la mayoría democrática de la audiencia, no le quedó más remedio que ceder a la costumbre y participar en lo que llegamos a bautizar como “Operación Capuchino”.

Precisamente en una de esas pausas “sagradas” y durante una de esas conversaciones “religiosas” es cuando escuché una interesente explicación relacionada con una de las fiestas del cristianismo: Las Pascuas. Siempre me preguntaba qué sentido pudieran tener los huevos de colores que, junto con los conejos, son el símbolo de esta fiesta cristiana en muchos países de Europa. La razón, sin embargo, es muy terrenal y tiene un origen práctico.

Hace muchos siglos, cuando el café en Italia aún no tenía el estatus de religión, y las fiestas cristianas eran observadas con mucho más rigor que en la actualidad, estaba prohibido comer huevos en los tiempos de cuaresma, que preceden a la Resurrección de Cristo el Sábado de Gloria. Como en aquella época no se conocían todavía las bondades de la refrigeración, se recurrió al sencillo método de hervir las posturas de gallinas para que no se echaran a perder y poderlas consumir posteriormente. Para diferenciar los huevos ya hervidos de los crudos se añadían raíces que le dieran distintas tonalidades al agua de la hervidura. ¿El resultado? Los huevos de colores que inundan los anuncios de las Pascuas en el mundo contemporáneo.

En la próxima “Operación Capuchino” las pláticas rondaron sobre las formas de preparación del café en los distintos países, un tema que prendió como pólvora en un equipo tan multinacional como el nuestro, y es que existen tantas maneras de hacer la bebida como pueblos y tradiciones.

Los turcos y el mundo oriental preparan una versión llama Mokka, utilizando pequeñas jarrillas donde se mezclan el grano molido con el agua y se ponen a hervir al fuego o incluso usando arena caliente. En Alemania, donde reina otro universo culinario, ha triunfado el polvo triturado que se cuela en cafeteras especiales con filtros de papel fabricados al efecto. En Rusia el aromático grano se ha visto relegado a un segundo plano por el té de Georgia y el la India desde hace varios siglos, aunque aún se consume en forma de un líquido turbio y aguado. En Cuba, el país donde “todos los negros tomamos café”, según la conocida canción, crecen los cafetales a la sombra de los árboles del trópico y su cultivo y explotación es ya una tradición centenaria. En la Mayor de las Antillas “el néctar negro de los dioses blancos” se prepara generalmente fuerte, amargo y con poco azúcar. Sin embargo en Italia, que en ese aspecto no se parece a ningún otro país del planeta, las formas de elaboración pueden variar sustancialmente incluso dentro de una misma familia o un grupo de amigos, por lo que no es inusual encontrar diferentes variantes de la popular bebida sobre una misma mesa.

Esa noche me fui a la cama con mis pensamientos llenos de granos tostados y molidos, de un aromático polvo oscuro, cafeteras de metal humeantes, agua hirviente cayendo sobre filtros de papel y toda una constelación de tazas, cucharas, platillos y azucareras rondando por mi mente.

Por eso a la mañana siguiente en nuestro hotel, cuando el camarero del restaurante me peguntó qué infusión quería tomar en el desayuno, revisé rápidamente la lista que contenía nada menos que unas 25 variedades de café y con la más amable de mis sonrisas le contesté:

Un cioccolato, per favore.

Marzo 2005