Friday, August 10, 2001

LA ISLA SIN NOCHE - Ibiza3

Aquí no hay noche!

Esa fue la primera definición de Formentera que me dio uno de los dos amigos españoles con los que un día me aventuré a explorar la "hermana menor" de Ibiza. Por supuesto que la afirmación de mi acompañante no significaba que el astro rey nunca se posara debajo del horizonte en esta pequeña ínsula, que, al mismo tiempo, es la más chica de las Islas Baleares. Solo quería decir que, comparada con la vida nocturna de su "hermana mayor", esta isla triangular tenía muy poco que ofrecer.

Junto con Ibiza y otros cayos adyacentes, Formentera forma parte del Archipiélago de las Pitiusas (nombre derivado de los pinares típicos de esta zona). La cercanía entre ambas islas es tal, que las siluetas de Formentera se divisan con nitidez desde la punta de las salinas del sur de Ibiza. Incluso me pregunto si hasta ahora no ha existido un proyecto de construir un puente entre ellas.

Al puerto de La Savina, en Formentera, se llega en barco, luego de una travesía de apenas 25 minutos desde Eivissa. Allí alquilamos un auto para explorar esta islilla triangular de solo 20 kilómetros de largo y 80 de perímetro, y cuya figura en el mapa se me antoja como un diminuto zapato de tacón clavado en el Mediterráneo occidental.

Es impresionante como cambia la geografía dentro de tan poco territorio. Si al nordeste la costa es baja, con lagunas y playas de gran belleza, en la parte sudoeste se alzan impresionantes farallones. Me fascinaron los acantilados sobre los cuales se erige el faro de La Mola, en una de las "puntas" del triángulo insular. El rojo de las rocas calizas de los empinados farallones, contrasta con el azul del mar sereno que se confunde con el cielo, pues, a pesar del buen tiempo y de la considerable altura del farallón en esa parte de la isla, no pudimos observar claramente el horizonte. Este precipicio junto al mar ejerció en mí un magnetismo inexplicable, donde se combinaban la sensación de vértigo por un lado, y la fascinación de la altura y el paisaje tan extraordinario por el otro. En el camino hacia La Mola, hicimos un alto en el restaurante El Mirador. Allí se disfruta de un espectacular panorama de la isla, y me asombró ver como se extendía en la perspectiva una recta franja de tierra con playas a ambos lados, como si fuera una espada de doble filo.

La segunda "punta" del triángulo es el Cabo de Barbaria, formado igualmente por acantilados y en el que también se levanta un faro. Si bien aquí la altura de los farallones no es tan espectacular como en La Mola, tiene la atracción de una cueva que permite descender un poco por los acantilados. Allí descubrimos hasta huesos y piel de cordero, posibles restos de alguna presa de las águilas ibéricas.

En la "punta" noreste del triángulo, transitamos por un camino sin asfalto que desemboca en una hermosa playa, cuya sinfonía de azules me hizo recordar a Varadero en Cuba por la finura de sus blancas arenas y la transparencia de sus aguas. ¡Nunca pensé encontrarme una playa así en el Mediterráneo! Allí también había varios yates anclados que venían por el día desde Ibiza a disfrutar de las bellezas de Formentera. En ese paraíso terrenal que contrasta en su tranquilidad con la burbujeante Ibiza, nos tumbamos al sol y nos entregamos al ocio de disfrutar la hermosura del entorno.

Regresamos en barco al atardecer, cuando ya el sol empezaba a soltar destellos rojizos sobre la línea del horizonte. Avanzábamos dentro de una gran estela de espuma blanca sobre las aguas azules a modo de una singular "autopista acuática", por la que circulaban en una dirección cientos de barcos de todos los modelos y tamaños. Todos regresaban a Ibiza ante la inminente entrada de la noche. En nuestro barco viajaban ibicencos que tornaban a casa luego de un día de trabajo en Formentera, visitantes que, igual que nosotros, habían venido a explorar la isla durante el día, y turistas asentados en Formentera que, quizás huyendo de la "falta de noche" en la pequeña ínsula, iban a disfrutar de la famosa vida nocturna de Ibiza y no regresarían a sus hoteles hasta el otro día por la mañana. Mientras nos alejábamos de Formentera y sus contornos se hacían más borrosos en el horizonte lleno de púrpuras, un solo pensamiento rondaba mi cabeza: puede ser que la isla no tenga noche, pero, en todo caso, el día es maravilloso...

Agosto del 2001

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