Friday, August 10, 2001

OTRA DIMENSIÓN DEL TIEMPO -Ibiza 2

Una de las cosas que más me llamó la atención en Ibiza, fue que los relojes parecen mover sus manecillas en un ritmo distinto al resto del planeta. Incluso, los conceptos de “temprano” y “tarde” adquieren un matiz diferente en la pequeña isla, donde lo mismo se puede ir a “discotequear” a las 10 de mañana que salir de compras a las 12 de la noche. El atardecer quizás es el único momento del día que queda invariable, pero puede ser usado para ver la puesta del Sol en el conocido Café del Mar, regresar a esa hora de la playa, ir a cenar o, simplemente, dormir una “siesta”.

Es muy interesante observar cómo las calles de Eivissa cambian drásticamente sus tonalidades, ruidos y colores durante el día. El mayor tráfico insular se siente a las 7:30 de la mañana, pues convergen los ibicencos que van para sus trabajos y los turistas que regresan de las discotecas. Con la salida del Sol, se empiezan a acomodar las terrazas de algunos restaurantes y cafés que ofrecen desayunos a los madrugadores y a los trasnochadores por igual, y el puerto se llena del bullicio de las sirenas y los motores de los barcos que atracan para llevar pasajeros a la vecina Formentera, a otras islas Baleares o hasta Barcelona y los puertos de tierra firme. Algunos comercios se aventuran a desplegar sus toldos por la mañana e intentan seducir a los primeros compradores del día, a medida que el sol avanza sobre la ciudad.

Pero al irrumpir el bochorno del mediodía y los rayos solares caer como plomo sobre el asfalto durante varias horas, las callejuelas se vuelven desiertas. Es la hora en que cierran los comercios, los ibicencos duermen su siesta tradicional y apenas se ve fluir la vida en ese “pueblo embrujado”. ¡Es increíble pensar que dentro de unas horas, esas calles desiertas estarán llenas de paseantes! Cuando es tanta la luz vertida sobre las blancas paredes del paisaje urbano, que hiere la vista, un aire denso lo cubre todo y hay que escapar a las playas para huir de la ciudad fantasma de aceras desnudas o retirarse al frescor y la sombra de los interiores.

Solo a partir de las 3 de la tarde se reanima la vida dentro de las callejuelas. Luego del letargo del mediodía, los comercios vuelven a abrir sus puertas lentamente, y después del atardecer, la vida urbana alcanza su máximo esplendor y se desbordan sus calles. Con la puesta del sol, cuando la mayoría de los barcos ha regresado al puerto, los restaurantes y cafés se atestan de comensales y bebedores, que rumiando una ininteligible mezcla de idiomas europeos, se disponen a cenar, charlar o simplemente tomar algo refrescante después del caluroso día. Los negocios siguen abiertos hasta la madrugada para acoger a toda esa marea de curiosos compradores que afluye por doquier y no cesa de husmear en una oferta tan variopinta que incluye desde antiguas cerámicas hasta estrafalarias gafas de sol... ¡que se usan de noche!

Cerca de la medianoche, los bares son invadidos por los festejantes en embrión, quienes, después de unas cuantas copas, parten hacia las discotecas alrededor de las tres de la mañana. Entonces estos “Templos del Baile” abren sus puertas y despiden miles de decibeles de música desde sus altavoces. Las grandes discotecas de Ibiza organizan cada noche una fiesta distinta y, en contraste con el resto del mundo, la noche del sábado es la más “floja” de la semana. Esas celebraciones, que acogen a miles de bailadores cada una, son toda una floreciente y lucrativa industria, a tal punto que la discoteca más grande del mundo no esta en ningunas de las grandes urbes del planeta, sino precisamente en esta minúscula isla. Las entradas son vendidas a precios exorbitantes que oscilaban entre las 5000 y las 8000 pesetas (40$). Por suerte yo pude siempre entrar gratis a los grandes bailes, pues invariablemente repartían algunas entradas con anterioridad en una extravagante y curiosa peregrinación de publicidad que hacen los organizadores por los bares de la ciudad en las primeras horas de la madrugada. En estas promociones, los bailarines de las fiestas van exhibiendo trajes fantasiosos y exóticos. Otras veces me anotaron en listas especiales para invitados y también tuve la gran suerte de que una amiga (a quien apodé “La First Lady”, pues todas las puertas se abrían a su paso) me entraba gratis y sin cola cuando lo de conseguir entradas se tornaba imposible.

Pude observar una de las famosas “Fiestas de Espuma” de Ibiza; pero me alegré de seguir el consejo de mi amiga de no meterme a bailar entre las blancas burbujas, que son hechas con productos químicos. Para quitarles la espuma a los bailadores de esta fiesta, montaron a la salida de la discoteca un túnel con duchas y ventiladores, parecido a donde se friegan los autos en una gasolinera. La First Lady bautizó el invento como “El Lava-Ingleses”, porque la mayoría de los “espumados” eran turistas extranjeros.

Las discotecas nocturnas duran hasta las 8 de la mañana, pero otras abren sus puestas a esa hora para los bailadores insaciables. Una vez seguí festejando en una de esas discotecas mañaneras, y producto de la buena música y el ambiente tan agradable, estuve bailando hasta las 3 de la tarde, para romper, con estas 12 horas de baile ininterrumpido, mi récord anterior de 10 horas establecido en Río de Janeiro. En la fiesta muchos me miraban como si yo fuera un bicho raro, pues era uno de los pocos que se habían sumergido en aquel maratón bailable sin haber tomado ningún tipo de droga. Creo que estas son el gran mercado oculto de Ibiza. Las venden a todas horas y en todos lados; pero en especial en los bailes. Incluso a mí, que no las tomo, me las propusieron abiertamente en varias ocasiones, pues constituyen una especie de “moda” en las discotecas ibicencas que les permiten a los bailadores continuar celebrando durante tanto tiempo.

Las fiestas pueden prolongarse tanto, que el día de mi regreso, cuando tomaba mi vuelo de las ocho de la noche, observé que había una discoteca que a esa hora aún no había cerrado sus puertas. En otras ocasiones, al salir de los bailes al amanecer, cuando el tráfico ibicenco tomaba su mayor calibre, nos íbamos a desayunar al “café de los trasnochadores”, y luego de una breve siesta, nos bañábamos en la playa o salíamos de excursión por los alrededores. ¿Y el tiempo para el sueño? Eso no estaba en el programa, pues la noche en Ibiza no se hizo para dormir. Se pernoctaba cuando se podía o el cansancio nos obligaba a hacer una pequeña pausa para continuar al ritmo de la isla, ya fuera “ahora” o “después”... De todas formas, los términos de “temprano” y “tarde” allí carecen de todo significado.

Agosto del 2001

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