Friday, August 10, 2001

OCÉANO INMOBILIARIO

- Me hace el favor de firmar aquí.

El notario me extendió la amplia hoja blanca, y me señaló con sus dedos finos y arrugados el espacio vacío sobre el lugar donde estaba escrito mi nombre en letras impresas. Luego de yo haber firmado, lo hizo él también, y mientras observaba con cierto asombro el inusual trazo de mi firma, me comentó:

-Este contrato firmado lo convierte a usted en el comprador oficial del apartamento.

Así de sencillo, o de complicado, con aquel garabato azul oscuro sobre el blanco papel terminaban varias semanas de interminables tribulaciones inmobiliarias para la búsqueda y captura de mis cuatro paredes.

En mi caso particular, según las leyes alemanas, la única forma legal que tengo de ahorrar impuestos es comprando un apartamento, no para vivirlo, sino para alquilarlo. Una inversión de ese calibre presupone una gran responsabilidad y, sobre todo, conlleva grandes riesgos. Después de pensarlo con calma y sopesar los pro y los contra, decidí lanzarme a buscar un apartamento dentro del océano de ofertas inmobiliarias de Colonia. Ese es un mar poblado de "tiburones", y para nadar con buena suerte entre sus turbulentas aguas, hay que saber lidiar con toda esa fauna marina de corredores de bolsa, intermediarios, asesores financieros, banqueros, arrendadores, propietarios, gerentes, prestamistas y oportunistas de todo tipo, disfrazados de "especialistas" de lo sea. Mientras los pulpos de las entidades bancarias y de marketing extienden sus tentáculos por doquier, los "peces gordos" del negocio nadan libremente dentro de ese océano inmobiliario "como pez en el agua" (y valga la redundancia), siempre tras la respetable fachada de cuello y corbata. Se hace muy difícil encontrar una relación precio-calidad adecuada dentro de ese laberinto submarino y por eso recurrí al método poco convencional de consultar a todo el mundo sobre el asunto. Hablé con amigos y enemigos conocidos y desconocidos, alquiladores y alquilados, alemanes y extranjeros y creo que hubiese hablado hasta con un extraterrestre si se cruza en mi camino.

Las primeras inmersiones en aquel océano inmobiliario, lleno de intrigas e intereses ocultos, no fueron exitosas. Aparentemente se habían disparado los precios de bienes raíces de manera alarmante y, por otro lado, los bancos tratan siempre de sacarle el jugo a todo cliente que cae en sus poderosos tentáculos. Pero los buches de agua salada que tragué al principio, me sirvieron para observar qué era lo que en realidad se movía debajo de la superficie y detectar los hilos invisibles que mueven el complejo mecanismo del negocio de bienes raíces. Poco a poco, con ayuda desinteresada de buenos amigos y poniendo a un lado a otros que resultaron ser no tan desinteresados, me labré mi propio camino. La más inesperada y efectiva de esas ayudas, la recibí de mi vecino de los altos. Nosotros, en realidad, no teníamos una amistad estrecha, y un día que coincidimos causalmente en la escalera, le relaté de mis tribulaciones inmobiliarias y él me contó que trabajaba precisamente en ese ramo; pero en otra ciudad.

Junto con un amigo, que es propietario de varios apartamentos, y mi vecino de los altos, empecé a analizar todas las ofertas que llegaban a mis manos y a "filtrar" las más ventajosas, como cuando se cuela la arena haciéndola pasar por diversas mallas. Al final quedaron cuatro apartamentos en el estrecho círculo de los "felices elegidos", luego de haber rastreado las reservas de toda Colonia y haber zapateado media ciudad, visitado edificios y comparado proposiciones. Dentro de esos cuatro apartamentos, el que más me llamó la atención era uno propiedad de un italiano de Sicilia, con más pinta de mafioso que de otra cosa. Es un apartamento de dos pisos en una calle muy concurrida y al mismo tiempo muy tranquila y muy cerca de donde yo vivo.

Acordé una cita con el siciliano y un sábado muy temprano fui con mi vecino a ver el apartamento que me ofrecía. ¡Estaba precioso! Fue un amor a primera vista; pero me contuve de hacer ningún tipo de comentario en presencia del italiano. La vivienda, aparte de muy céntrica y por ello muy fácil de alquilar, estaba en muy buen estado; sin embargo, yo aún quería negociar su precio, que me parecía un poco alto. Llamé de nuevo al italiano, y acordamos reunirnos el lunes siguiente. Lo más probable era que yo esa semana ya tuviera las llaves del apartamento en la mano... o dos tiros en la espalda de la mafia siciliana.

El lunes, el mafioso -digo, el italiano- me llamó por teléfono y me recogió en un suntuoso Alfa Romeo a la salida de mi trabajo. Fuimos a su restaurante, que a esa hora del día estaba vacío. Nos sentamos cómodamente a una mesa, y cuando él sacó algo de uno de los bolsillos de su chaqueta y lo puso sobre la mesa, pensé que sería una pistola; pero resultó ser solamente un manojo de llaves. A solas negociamos el precio de venta, 2 mil marcos menos que los que él pedía al inicio. El italiano realmente es un as haciendo negocios... y como parece que me porté bien, no tuvo que amenazarme con la pistola y/o entrarme a tiros. Así que salí ileso del trámite. Al final resultó ser un tipo buena gente, que necesitaba vender su apartamento para tener fondos con que ampliar su hotel. El siciliano me dio ciertas garantías muy ventajosas, y como el apartamento está en un lugar tan cotizado, creo que hice muy buena compra y él, una buena venta. Ya de por sí me había ahorrado unos 10 mil marcos, que me hubiese costado un intermediario, si no hubiese negociado directamente con el propietario del apartamento.

El próximo paso era el financiamiento. Fui a ver a la asesora de bienes raíces de mi banco; pero al principio me propuso una tasa de interés tan alta, que le quitaba las ganas de vivir al más optimista. Traté de negociar una rebaja más asequible para los simples mortales; mas, aunque logré rebajar algo, seguía siendo muy elevada. Comparé el ofrecimiento de mi banco con el de una empresa inmobiliaria donde trabaja un amigo mío. No obstante, realmente no había mucha tela por donde contar.

Entonces fue cuando recurrí al llamado comercio electrónico. Bastó el buscar unas cuantas ofertas de los bancos en Internet que tenían unas tasas de interés mucho más bajas, para que la asesora de mi banco se “montara en patines” para mejorar su proposición. Así de la noche a la mañana las tasas de interés bajaron vertiginosamente de 6,05 % a 5,72 %. ¡Eso representa una diferencia de unos 80 mil marcos a la hora de pagar! Entonces empezó la competencia entre los bancos a ver cuál tenía "el gran honor" de ser mi financiero y dejé que contendieran entre aquellos "monstruos marinos", hasta que en nuestra próxima ronda de negociaciones, la mujer de banco me dijo en broma, que si yo quería, ella se acostaba conmigo, pero ya no me podía hacer ninguna rebaja más en la oferta. Yo honestamente hubiese preferido una rebaja, no solo porque la susodicha está "incomible", sino porque cada centésima de porcentaje de la tasa de interés en una transacción de ese tipo, representa miles de marcos que yo me podía ahorrar.

Finalmente opté por la oferta más ventajosa, luego de largos análisis con mi vecino en la terraza de su vivienda, que es en el tope del edifico y desde donde casualmente se ve el apartamento que yo quería comprar. Pregunté durante el transcurso de las negociaciones a mi "Consejo Técnico Asesor", y todos los "especialistas" coincidieron en que era un buena adquisición. Decidí hacer el negocio con mi banco, pues (aparte de que la oferta final sí estaba buena) más vale un malo conocido que un bueno por conocer.

Después vendrían las formalidades del contrato y la firma en la Notaría. Lo demás es cuestión de tiempo y de papeleo. El notario tiene que formalizar el registro del traspaso de propiedad, que dura cerca de un mes, y en cuanto esté lista la parte burocrática, el banco le paga la suma acordada al siciliano y yo hago la "toma de posesión" del apartamento.

Cuando tenía todos los detalles ajustados, decidí "echar el ancla" en las turbulentas aguas. Le regalé una botella de ron cubano añejo a mi vecino, que tan bien se había portado conmigo, y fui junto con el italiano a firmar frente al notario como si fuera una boda. Solo que aquí el clásico "hasta que la muerte los separe" era con los 47 metros cuadrados de concreto, cristal y madera de mis nuevas cuatro paredes.

Luego de la firma del contrato, regresé a casa caminando lentamente, disfrutando del sol de la tarde. El verano estaba en su punto de caramelo en "Palma de Colonia". Llevaba a cuestas una mezcla de sentimientos muy extraña: por un lado, es la mayor compra que he hecho en mi vida y eso implica una gran responsabilidad. Por el otro, estaba muy contento por la buena adquisición para el futuro, y me da mucho placer el haber adquirido un pedazo de mi hermosa y querida ciudad, que en aquella tarde vestía sus mejores galas. Los rayos del sol y las hojas de los árboles jugaban en un incesante mosaico de luces y sombras en las calles y aceras, mientras que en los parques retozaban los niños, y los ancianos disfrutaban del murmullo de la tarde junto al frescor de las fuentes. En los cafés al aire libre se reunían grandes y chicos a tomar helados y a conversar con amigos. Entretanto, yo paseaba sin prisa dentro de aquel enjambre humano, enamorado por enésima vez de Colonia, mi querida ciudad de los locos.

Agosto del 2001

1 Comments:

At 5:29 PM, Anonymous Anonymous said...

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