Friday, August 10, 2001

LA ISLA SIN NOCHE - Ibiza3

Aquí no hay noche!

Esa fue la primera definición de Formentera que me dio uno de los dos amigos españoles con los que un día me aventuré a explorar la "hermana menor" de Ibiza. Por supuesto que la afirmación de mi acompañante no significaba que el astro rey nunca se posara debajo del horizonte en esta pequeña ínsula, que, al mismo tiempo, es la más chica de las Islas Baleares. Solo quería decir que, comparada con la vida nocturna de su "hermana mayor", esta isla triangular tenía muy poco que ofrecer.

Junto con Ibiza y otros cayos adyacentes, Formentera forma parte del Archipiélago de las Pitiusas (nombre derivado de los pinares típicos de esta zona). La cercanía entre ambas islas es tal, que las siluetas de Formentera se divisan con nitidez desde la punta de las salinas del sur de Ibiza. Incluso me pregunto si hasta ahora no ha existido un proyecto de construir un puente entre ellas.

Al puerto de La Savina, en Formentera, se llega en barco, luego de una travesía de apenas 25 minutos desde Eivissa. Allí alquilamos un auto para explorar esta islilla triangular de solo 20 kilómetros de largo y 80 de perímetro, y cuya figura en el mapa se me antoja como un diminuto zapato de tacón clavado en el Mediterráneo occidental.

Es impresionante como cambia la geografía dentro de tan poco territorio. Si al nordeste la costa es baja, con lagunas y playas de gran belleza, en la parte sudoeste se alzan impresionantes farallones. Me fascinaron los acantilados sobre los cuales se erige el faro de La Mola, en una de las "puntas" del triángulo insular. El rojo de las rocas calizas de los empinados farallones, contrasta con el azul del mar sereno que se confunde con el cielo, pues, a pesar del buen tiempo y de la considerable altura del farallón en esa parte de la isla, no pudimos observar claramente el horizonte. Este precipicio junto al mar ejerció en mí un magnetismo inexplicable, donde se combinaban la sensación de vértigo por un lado, y la fascinación de la altura y el paisaje tan extraordinario por el otro. En el camino hacia La Mola, hicimos un alto en el restaurante El Mirador. Allí se disfruta de un espectacular panorama de la isla, y me asombró ver como se extendía en la perspectiva una recta franja de tierra con playas a ambos lados, como si fuera una espada de doble filo.

La segunda "punta" del triángulo es el Cabo de Barbaria, formado igualmente por acantilados y en el que también se levanta un faro. Si bien aquí la altura de los farallones no es tan espectacular como en La Mola, tiene la atracción de una cueva que permite descender un poco por los acantilados. Allí descubrimos hasta huesos y piel de cordero, posibles restos de alguna presa de las águilas ibéricas.

En la "punta" noreste del triángulo, transitamos por un camino sin asfalto que desemboca en una hermosa playa, cuya sinfonía de azules me hizo recordar a Varadero en Cuba por la finura de sus blancas arenas y la transparencia de sus aguas. ¡Nunca pensé encontrarme una playa así en el Mediterráneo! Allí también había varios yates anclados que venían por el día desde Ibiza a disfrutar de las bellezas de Formentera. En ese paraíso terrenal que contrasta en su tranquilidad con la burbujeante Ibiza, nos tumbamos al sol y nos entregamos al ocio de disfrutar la hermosura del entorno.

Regresamos en barco al atardecer, cuando ya el sol empezaba a soltar destellos rojizos sobre la línea del horizonte. Avanzábamos dentro de una gran estela de espuma blanca sobre las aguas azules a modo de una singular "autopista acuática", por la que circulaban en una dirección cientos de barcos de todos los modelos y tamaños. Todos regresaban a Ibiza ante la inminente entrada de la noche. En nuestro barco viajaban ibicencos que tornaban a casa luego de un día de trabajo en Formentera, visitantes que, igual que nosotros, habían venido a explorar la isla durante el día, y turistas asentados en Formentera que, quizás huyendo de la "falta de noche" en la pequeña ínsula, iban a disfrutar de la famosa vida nocturna de Ibiza y no regresarían a sus hoteles hasta el otro día por la mañana. Mientras nos alejábamos de Formentera y sus contornos se hacían más borrosos en el horizonte lleno de púrpuras, un solo pensamiento rondaba mi cabeza: puede ser que la isla no tenga noche, pero, en todo caso, el día es maravilloso...

Agosto del 2001

OTRA DIMENSIÓN DEL TIEMPO -Ibiza 2

Una de las cosas que más me llamó la atención en Ibiza, fue que los relojes parecen mover sus manecillas en un ritmo distinto al resto del planeta. Incluso, los conceptos de “temprano” y “tarde” adquieren un matiz diferente en la pequeña isla, donde lo mismo se puede ir a “discotequear” a las 10 de mañana que salir de compras a las 12 de la noche. El atardecer quizás es el único momento del día que queda invariable, pero puede ser usado para ver la puesta del Sol en el conocido Café del Mar, regresar a esa hora de la playa, ir a cenar o, simplemente, dormir una “siesta”.

Es muy interesante observar cómo las calles de Eivissa cambian drásticamente sus tonalidades, ruidos y colores durante el día. El mayor tráfico insular se siente a las 7:30 de la mañana, pues convergen los ibicencos que van para sus trabajos y los turistas que regresan de las discotecas. Con la salida del Sol, se empiezan a acomodar las terrazas de algunos restaurantes y cafés que ofrecen desayunos a los madrugadores y a los trasnochadores por igual, y el puerto se llena del bullicio de las sirenas y los motores de los barcos que atracan para llevar pasajeros a la vecina Formentera, a otras islas Baleares o hasta Barcelona y los puertos de tierra firme. Algunos comercios se aventuran a desplegar sus toldos por la mañana e intentan seducir a los primeros compradores del día, a medida que el sol avanza sobre la ciudad.

Pero al irrumpir el bochorno del mediodía y los rayos solares caer como plomo sobre el asfalto durante varias horas, las callejuelas se vuelven desiertas. Es la hora en que cierran los comercios, los ibicencos duermen su siesta tradicional y apenas se ve fluir la vida en ese “pueblo embrujado”. ¡Es increíble pensar que dentro de unas horas, esas calles desiertas estarán llenas de paseantes! Cuando es tanta la luz vertida sobre las blancas paredes del paisaje urbano, que hiere la vista, un aire denso lo cubre todo y hay que escapar a las playas para huir de la ciudad fantasma de aceras desnudas o retirarse al frescor y la sombra de los interiores.

Solo a partir de las 3 de la tarde se reanima la vida dentro de las callejuelas. Luego del letargo del mediodía, los comercios vuelven a abrir sus puertas lentamente, y después del atardecer, la vida urbana alcanza su máximo esplendor y se desbordan sus calles. Con la puesta del sol, cuando la mayoría de los barcos ha regresado al puerto, los restaurantes y cafés se atestan de comensales y bebedores, que rumiando una ininteligible mezcla de idiomas europeos, se disponen a cenar, charlar o simplemente tomar algo refrescante después del caluroso día. Los negocios siguen abiertos hasta la madrugada para acoger a toda esa marea de curiosos compradores que afluye por doquier y no cesa de husmear en una oferta tan variopinta que incluye desde antiguas cerámicas hasta estrafalarias gafas de sol... ¡que se usan de noche!

Cerca de la medianoche, los bares son invadidos por los festejantes en embrión, quienes, después de unas cuantas copas, parten hacia las discotecas alrededor de las tres de la mañana. Entonces estos “Templos del Baile” abren sus puertas y despiden miles de decibeles de música desde sus altavoces. Las grandes discotecas de Ibiza organizan cada noche una fiesta distinta y, en contraste con el resto del mundo, la noche del sábado es la más “floja” de la semana. Esas celebraciones, que acogen a miles de bailadores cada una, son toda una floreciente y lucrativa industria, a tal punto que la discoteca más grande del mundo no esta en ningunas de las grandes urbes del planeta, sino precisamente en esta minúscula isla. Las entradas son vendidas a precios exorbitantes que oscilaban entre las 5000 y las 8000 pesetas (40$). Por suerte yo pude siempre entrar gratis a los grandes bailes, pues invariablemente repartían algunas entradas con anterioridad en una extravagante y curiosa peregrinación de publicidad que hacen los organizadores por los bares de la ciudad en las primeras horas de la madrugada. En estas promociones, los bailarines de las fiestas van exhibiendo trajes fantasiosos y exóticos. Otras veces me anotaron en listas especiales para invitados y también tuve la gran suerte de que una amiga (a quien apodé “La First Lady”, pues todas las puertas se abrían a su paso) me entraba gratis y sin cola cuando lo de conseguir entradas se tornaba imposible.

Pude observar una de las famosas “Fiestas de Espuma” de Ibiza; pero me alegré de seguir el consejo de mi amiga de no meterme a bailar entre las blancas burbujas, que son hechas con productos químicos. Para quitarles la espuma a los bailadores de esta fiesta, montaron a la salida de la discoteca un túnel con duchas y ventiladores, parecido a donde se friegan los autos en una gasolinera. La First Lady bautizó el invento como “El Lava-Ingleses”, porque la mayoría de los “espumados” eran turistas extranjeros.

Las discotecas nocturnas duran hasta las 8 de la mañana, pero otras abren sus puestas a esa hora para los bailadores insaciables. Una vez seguí festejando en una de esas discotecas mañaneras, y producto de la buena música y el ambiente tan agradable, estuve bailando hasta las 3 de la tarde, para romper, con estas 12 horas de baile ininterrumpido, mi récord anterior de 10 horas establecido en Río de Janeiro. En la fiesta muchos me miraban como si yo fuera un bicho raro, pues era uno de los pocos que se habían sumergido en aquel maratón bailable sin haber tomado ningún tipo de droga. Creo que estas son el gran mercado oculto de Ibiza. Las venden a todas horas y en todos lados; pero en especial en los bailes. Incluso a mí, que no las tomo, me las propusieron abiertamente en varias ocasiones, pues constituyen una especie de “moda” en las discotecas ibicencas que les permiten a los bailadores continuar celebrando durante tanto tiempo.

Las fiestas pueden prolongarse tanto, que el día de mi regreso, cuando tomaba mi vuelo de las ocho de la noche, observé que había una discoteca que a esa hora aún no había cerrado sus puertas. En otras ocasiones, al salir de los bailes al amanecer, cuando el tráfico ibicenco tomaba su mayor calibre, nos íbamos a desayunar al “café de los trasnochadores”, y luego de una breve siesta, nos bañábamos en la playa o salíamos de excursión por los alrededores. ¿Y el tiempo para el sueño? Eso no estaba en el programa, pues la noche en Ibiza no se hizo para dormir. Se pernoctaba cuando se podía o el cansancio nos obligaba a hacer una pequeña pausa para continuar al ritmo de la isla, ya fuera “ahora” o “después”... De todas formas, los términos de “temprano” y “tarde” allí carecen de todo significado.

Agosto del 2001

EIVISSA: FIESTA PERMANENTE -1

-No es solo una isla. ¡Es un mundo aparte! -me explicó un amigo alemán cuando yo paseaba por primera vez por las principales calles de la ciudad-. En Ibiza puede pasar cualquier cosa a cualquier hora del día.

Y tenía razón. En la "Isla Blanca", la tercera en tamaño de las Islas Baleares -y la segunda en flujo turístico- el día y la noche se confunden de modo sorprendente, en un lugar donde siempre se escucha música durante toda la temporada veraniega, que aquí dura desde Semana Santa hasta principios de octubre. Luego, Ibiza queda sumida en su letargo invernal; mas en el verano el aeropuerto de este pedazo de tierra, apenas perceptible en los mapas, tiene un tráfico impresionante. Oleadas de jóvenes (y otros que quieren seguir siéndolo) de todos los rincones de Europa, vienen fascinados por la fama internacional que ha ganado como centro de diversiones ininterrumpidas. Incluso, muchos estudiantes buscan aquí un empleo durante el verano y, de esa forma, se financian sus vacaciones. Quizás por eso se oye por doquier hablar el español con los más disímiles acentos.

Aunque el pintoresco casco histórico, coronado por el campanario de la Catedral de "Eivissa", como llaman los nativos en la lengua local a la capital, fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, la inmensa mayoría de los visitantes no vienen atraídos por la maravillosa y variopinta arquitectura local, donde dejaron sus huellas los fenicios, cartagineses, romanos, bizantinos, musulmanes y, más recientemente, los españoles. Vienen a disfrutar del cálido sol de la isla, el azul de sus playas mediterráneas, la transparencia del agua de sus caletas y sobre todo de su vida nocturna. Su noche puede durar las 24 horas y el gran imán son sus centros nocturnos donde nativos y extranjeros van a disfrutar de los espectáculos, los efectos especiales y la buena música. ¡Ah! ¡La música! Las melodías discotequeras de aquí han alcanzado fama internacional y creo que no exagero al afirmar que son el principal renglón exportable local. Dondequiera se venden grabaciones con un toque muy peculiar de "Ibiza mix", y de hecho, lo que me llevé a casa como recuerdo de mis vacaciones veraniegas no fueron artesanías locales, sino CDs ibicencos para mí y mi sobrina. Hay una cierta ironía y coincidencia, a la vez, al llamar una de las fiestas de las grandes discos locales "The Ministry of Sound". En realidad, pudiera haber aquí todo un ministerio ocupándose del sonido en esa "Potencia Musical Europea", donde las discotecas y fiestas son catapultadas al rango de atracción turística y los DJs (musicalizadores) gozan del estatus de estrellas de cine. Al mismo tiempo, Ibiza es punto de convergencia obligado para los DJs europeos y todo lo que brilla, o quiere brillar, en el mundo discotequero.

Pero: ¿Por qué Ibiza? -me preguntaba a mí mismo desde mi llegada- ¿Cómo fue que esta diminuta ínsula, clavada en el corazón del Mediterráneo occidental, se convirtió en la "metrópoli nocturna" de las vacaciones europeas?

La respuesta se remonta al Gobierno de Franco en España. Durante esos años las Baleares quedaron abandonadas a su suerte y en los 60 se asentó en Ibiza una comunidad hippie, que todavía hoy existe. También "emigraron" muchos escritores, pintores, diseñadores y artistas en busca de un sitio donde encauzar sus inquietudes intelectuales y artísticas. Así fue como adquirió ese aire bohemio, cosmopolita, abierto y tolerante que se respira hoy día. Aquí se han asentado y/o vienen a veranear artistas, modistos famosos y personalidades del mundo de la farándula, atraídos no solamente por el poder respirar a pleno pulmón el aire salobre del Mediterráneo sino por el mosaico de culturas y tendencias que la isla ofrece.

Nunca en mi vida yo había visto gentes tan diferentes y extravagantes bajo un mismo techo, ni un sitio donde estuvieran tan unidos la tradición y el libertinaje. Junto a los mercados de usanza centenaria, en los que los nativos venden sus productos agrícolas como lo hacían sus antepasados, cohabitan tiendas de productos esotéricos, modas de las más disímiles corrientes, comercios donde lo mismo se puede comprar adornos plásticos que curiosos accesorios y las joyas más impensables. Florecen los negocios de hacer tatuajes y colocar piercing (argollas y aretes) en las partes más imposibles del cuerpo humano. En las laberínticas calles de la parte vieja de la ciudad, los bares excéntricos lidian con restaurantes elegantes de una forma totalmente pacífica y normal. Ibiza tiene para todos los gustos y tendencias, agrupados en un reducido espacio, en el que cada cual se divierte a su manera sin molestar al de al lado. Esa diversidad quizás sea el secreto del éxito turístico y la magia que hace a la isla tan atractiva para un amplio público.

Parece que allí la filosofía que imperante es "vive y deja vivir", y eso la convierte en una gran escuela de tolerancia. Por las estrechas callejuelas se ven codo con codo los campesinos nativos, familias de turistas extranjeros con sus niños y las "pepillas locas" de toda Europa, sin molestarse mutuamente, ni irritarles a los unos la presencia de los otros.

Esa forma de ver la vida me la confirmó una abuela ibicenca, de unos 70 años, que conocí una mañana cuando yo regresaba de mis andanzas nocturnas. Ella estaba sentada en una parada de autobús. Sus manos, encogidas por los años y los múltiples trabajos realizados en su vida, sostenían un bulto con comestibles. Su rostro tranquilo, también cruzado de arrugas, armonizaba de alguna forma con la dulzura del azul de sus ojos. Sus blancas canas y sus facciones de quien no miente, me recordaron mucho a mi abuela materna. Me contó que ella había nacido en el seno de una familia campesina en la playa de Bossa, a solo unos metros de donde se alza hoy una de las grandes discotecas de Ibiza. Desde niña había laborado en el campo y su difunto esposo trabajó muy duro toda su vida en las salinas del sur de la isla. A veces, él dormía a ras de suelo, sin ir a casa, en las épocas de mucho trabajo en las recogidas salineras. Ella, cuando empezó la avalancha turística en los años 70, dejó la ruda labor del campo y comenzó de auxiliar de limpieza en el nuevo aeropuerto, luego en un banco y más tarde en las oficinas de la ciudad.

-¿Y no le molesta ese enjambre de turistas por doquier y a todas horas? -le pregunté, poniendo el dedo en la llaga.

Me miró muy fijamente con sus serenos ojos azules y sin pensarlo dos veces me respondió:

-Gracias al turismo yo pude dejar el trabajo en el campo, aunque nunca estudié. Mi esposo quiso seguir trabajando en las salinas, que cuando yo nací eran casi la única fuente de empleo en la isla; pero mi hijo y mi nuera tienen un bar donde venden refrescos a los extranjeros. Si no existiese turismo, no se hubieran construido tantos edificios y hoteles. Ningún visitante me ha molestado nunca, y ahora estoy contenta de saber que mis nietos no tendrán que trabajar cargando sacos de sal. Ellos tendrán en el futuro una vida mejor.

Agosto del 2001

OCÉANO INMOBILIARIO

- Me hace el favor de firmar aquí.

El notario me extendió la amplia hoja blanca, y me señaló con sus dedos finos y arrugados el espacio vacío sobre el lugar donde estaba escrito mi nombre en letras impresas. Luego de yo haber firmado, lo hizo él también, y mientras observaba con cierto asombro el inusual trazo de mi firma, me comentó:

-Este contrato firmado lo convierte a usted en el comprador oficial del apartamento.

Así de sencillo, o de complicado, con aquel garabato azul oscuro sobre el blanco papel terminaban varias semanas de interminables tribulaciones inmobiliarias para la búsqueda y captura de mis cuatro paredes.

En mi caso particular, según las leyes alemanas, la única forma legal que tengo de ahorrar impuestos es comprando un apartamento, no para vivirlo, sino para alquilarlo. Una inversión de ese calibre presupone una gran responsabilidad y, sobre todo, conlleva grandes riesgos. Después de pensarlo con calma y sopesar los pro y los contra, decidí lanzarme a buscar un apartamento dentro del océano de ofertas inmobiliarias de Colonia. Ese es un mar poblado de "tiburones", y para nadar con buena suerte entre sus turbulentas aguas, hay que saber lidiar con toda esa fauna marina de corredores de bolsa, intermediarios, asesores financieros, banqueros, arrendadores, propietarios, gerentes, prestamistas y oportunistas de todo tipo, disfrazados de "especialistas" de lo sea. Mientras los pulpos de las entidades bancarias y de marketing extienden sus tentáculos por doquier, los "peces gordos" del negocio nadan libremente dentro de ese océano inmobiliario "como pez en el agua" (y valga la redundancia), siempre tras la respetable fachada de cuello y corbata. Se hace muy difícil encontrar una relación precio-calidad adecuada dentro de ese laberinto submarino y por eso recurrí al método poco convencional de consultar a todo el mundo sobre el asunto. Hablé con amigos y enemigos conocidos y desconocidos, alquiladores y alquilados, alemanes y extranjeros y creo que hubiese hablado hasta con un extraterrestre si se cruza en mi camino.

Las primeras inmersiones en aquel océano inmobiliario, lleno de intrigas e intereses ocultos, no fueron exitosas. Aparentemente se habían disparado los precios de bienes raíces de manera alarmante y, por otro lado, los bancos tratan siempre de sacarle el jugo a todo cliente que cae en sus poderosos tentáculos. Pero los buches de agua salada que tragué al principio, me sirvieron para observar qué era lo que en realidad se movía debajo de la superficie y detectar los hilos invisibles que mueven el complejo mecanismo del negocio de bienes raíces. Poco a poco, con ayuda desinteresada de buenos amigos y poniendo a un lado a otros que resultaron ser no tan desinteresados, me labré mi propio camino. La más inesperada y efectiva de esas ayudas, la recibí de mi vecino de los altos. Nosotros, en realidad, no teníamos una amistad estrecha, y un día que coincidimos causalmente en la escalera, le relaté de mis tribulaciones inmobiliarias y él me contó que trabajaba precisamente en ese ramo; pero en otra ciudad.

Junto con un amigo, que es propietario de varios apartamentos, y mi vecino de los altos, empecé a analizar todas las ofertas que llegaban a mis manos y a "filtrar" las más ventajosas, como cuando se cuela la arena haciéndola pasar por diversas mallas. Al final quedaron cuatro apartamentos en el estrecho círculo de los "felices elegidos", luego de haber rastreado las reservas de toda Colonia y haber zapateado media ciudad, visitado edificios y comparado proposiciones. Dentro de esos cuatro apartamentos, el que más me llamó la atención era uno propiedad de un italiano de Sicilia, con más pinta de mafioso que de otra cosa. Es un apartamento de dos pisos en una calle muy concurrida y al mismo tiempo muy tranquila y muy cerca de donde yo vivo.

Acordé una cita con el siciliano y un sábado muy temprano fui con mi vecino a ver el apartamento que me ofrecía. ¡Estaba precioso! Fue un amor a primera vista; pero me contuve de hacer ningún tipo de comentario en presencia del italiano. La vivienda, aparte de muy céntrica y por ello muy fácil de alquilar, estaba en muy buen estado; sin embargo, yo aún quería negociar su precio, que me parecía un poco alto. Llamé de nuevo al italiano, y acordamos reunirnos el lunes siguiente. Lo más probable era que yo esa semana ya tuviera las llaves del apartamento en la mano... o dos tiros en la espalda de la mafia siciliana.

El lunes, el mafioso -digo, el italiano- me llamó por teléfono y me recogió en un suntuoso Alfa Romeo a la salida de mi trabajo. Fuimos a su restaurante, que a esa hora del día estaba vacío. Nos sentamos cómodamente a una mesa, y cuando él sacó algo de uno de los bolsillos de su chaqueta y lo puso sobre la mesa, pensé que sería una pistola; pero resultó ser solamente un manojo de llaves. A solas negociamos el precio de venta, 2 mil marcos menos que los que él pedía al inicio. El italiano realmente es un as haciendo negocios... y como parece que me porté bien, no tuvo que amenazarme con la pistola y/o entrarme a tiros. Así que salí ileso del trámite. Al final resultó ser un tipo buena gente, que necesitaba vender su apartamento para tener fondos con que ampliar su hotel. El siciliano me dio ciertas garantías muy ventajosas, y como el apartamento está en un lugar tan cotizado, creo que hice muy buena compra y él, una buena venta. Ya de por sí me había ahorrado unos 10 mil marcos, que me hubiese costado un intermediario, si no hubiese negociado directamente con el propietario del apartamento.

El próximo paso era el financiamiento. Fui a ver a la asesora de bienes raíces de mi banco; pero al principio me propuso una tasa de interés tan alta, que le quitaba las ganas de vivir al más optimista. Traté de negociar una rebaja más asequible para los simples mortales; mas, aunque logré rebajar algo, seguía siendo muy elevada. Comparé el ofrecimiento de mi banco con el de una empresa inmobiliaria donde trabaja un amigo mío. No obstante, realmente no había mucha tela por donde contar.

Entonces fue cuando recurrí al llamado comercio electrónico. Bastó el buscar unas cuantas ofertas de los bancos en Internet que tenían unas tasas de interés mucho más bajas, para que la asesora de mi banco se “montara en patines” para mejorar su proposición. Así de la noche a la mañana las tasas de interés bajaron vertiginosamente de 6,05 % a 5,72 %. ¡Eso representa una diferencia de unos 80 mil marcos a la hora de pagar! Entonces empezó la competencia entre los bancos a ver cuál tenía "el gran honor" de ser mi financiero y dejé que contendieran entre aquellos "monstruos marinos", hasta que en nuestra próxima ronda de negociaciones, la mujer de banco me dijo en broma, que si yo quería, ella se acostaba conmigo, pero ya no me podía hacer ninguna rebaja más en la oferta. Yo honestamente hubiese preferido una rebaja, no solo porque la susodicha está "incomible", sino porque cada centésima de porcentaje de la tasa de interés en una transacción de ese tipo, representa miles de marcos que yo me podía ahorrar.

Finalmente opté por la oferta más ventajosa, luego de largos análisis con mi vecino en la terraza de su vivienda, que es en el tope del edifico y desde donde casualmente se ve el apartamento que yo quería comprar. Pregunté durante el transcurso de las negociaciones a mi "Consejo Técnico Asesor", y todos los "especialistas" coincidieron en que era un buena adquisición. Decidí hacer el negocio con mi banco, pues (aparte de que la oferta final sí estaba buena) más vale un malo conocido que un bueno por conocer.

Después vendrían las formalidades del contrato y la firma en la Notaría. Lo demás es cuestión de tiempo y de papeleo. El notario tiene que formalizar el registro del traspaso de propiedad, que dura cerca de un mes, y en cuanto esté lista la parte burocrática, el banco le paga la suma acordada al siciliano y yo hago la "toma de posesión" del apartamento.

Cuando tenía todos los detalles ajustados, decidí "echar el ancla" en las turbulentas aguas. Le regalé una botella de ron cubano añejo a mi vecino, que tan bien se había portado conmigo, y fui junto con el italiano a firmar frente al notario como si fuera una boda. Solo que aquí el clásico "hasta que la muerte los separe" era con los 47 metros cuadrados de concreto, cristal y madera de mis nuevas cuatro paredes.

Luego de la firma del contrato, regresé a casa caminando lentamente, disfrutando del sol de la tarde. El verano estaba en su punto de caramelo en "Palma de Colonia". Llevaba a cuestas una mezcla de sentimientos muy extraña: por un lado, es la mayor compra que he hecho en mi vida y eso implica una gran responsabilidad. Por el otro, estaba muy contento por la buena adquisición para el futuro, y me da mucho placer el haber adquirido un pedazo de mi hermosa y querida ciudad, que en aquella tarde vestía sus mejores galas. Los rayos del sol y las hojas de los árboles jugaban en un incesante mosaico de luces y sombras en las calles y aceras, mientras que en los parques retozaban los niños, y los ancianos disfrutaban del murmullo de la tarde junto al frescor de las fuentes. En los cafés al aire libre se reunían grandes y chicos a tomar helados y a conversar con amigos. Entretanto, yo paseaba sin prisa dentro de aquel enjambre humano, enamorado por enésima vez de Colonia, mi querida ciudad de los locos.

Agosto del 2001